Perico el desaplicado (adaptación) (3)

Llegamos a la última parte de esta historia de un chico tan peculiar que no quería estudiar. Veamos si cambia de opinión.

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Nada sucedió durante los primeros minutos de clase, pero esa misma tranquilidad perdió a nuestro amiguito. Adquirió confianza, perdió el respeto a los poderosos dedos de la maestra y aprovechó el ruido de un carro que pasaba por la calle para asomarse a la ventana.

—¿Quién te ha mandado levantarte? —le preguntó secamente la señora Genoveva.

Perico no le hizo el menor caso. Siguió con la nariz aplastada contra el cristal, mirando la calle.

—Así empezamos, ¿eh? —gruñó la maestra, levantándose y llegando hasta el chico, a quien agarró implacablemente de un mechón de pelos, con inigualable destreza, arrastrando al desobediente hasta su sitio.

Perico se sintió tan dolorido y enojado, que estuvo a punto de llorar.

—¡No me gusta estar con usted! —exclamó—. ¡Quiero volver con mis papás! ¡Les diré que me saquen de aquí!

—No adelantarás nada, hijo mío —le sonrió la maestra—. Nuestras futuras buenas relaciones dependen de ti. Si eres bueno, nadie te volverá a tirar de los pelos.

Perico pensó: «Podría cortarme el pelo, pero en ese caso ella se atizaría con la palmeta. Me conviene estudiar... No porque tenga miedo de la palmeta. Estudiaré, simplemente, porque no quiero que, cuando sea mayor, los demás chicos me llamen tonto. Sí, desde hoy, Perico estudiará como el que más».

Sobre el libro

Libro: Mis cuentos de hadas

Título: Perico el desaplicado

Editorial: Cuenticolor

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