René Goscinny
(Fragmento)
La maestra entró en clase muy nerviosa.
—El señor supervisor está en la escuela —nos dijo—, cuento con ustedes para que sean buenos y causen una excelente impresión.
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Después nos hizo montones de recomendaciones: nos prohibió hablar sin que nos preguntaran, reír sin su permiso, comer en clase, llamar la atención...
El supervisor entró con el director.
No hubo que levantarse, porque todos estábamos de pie y todos teníamos una pinta muy asombrada.
—Son los pequeños, son... son un poco distraídos —dijo el director.
—Hay que tener un poco de autoridad —dijo—. Vamos, niños, pongan ese banco en su sitio.
Todos nos levantamos y el supervisor se puso a gritar:
—¡No todos a la vez!
Vimos que el supervisor, la maestra y el director no tenían pinta de andarse con bromas. Decidimos ser muy buenos.
—Tiene usted, según veo, problemas de disciplina —dijo el supervisor a la maestra—; hay que emplear un poco de disciplina.
Y después se volvió hacia nosotros.
—Niñitos, quiero ser su amigo. No hay que tenerme miedo, sé que les gusta divertirse y a mí también me gusta reírme. Además, miren: ¿saben el chiste de los dos sordos? Un sordo le dice a otro: «¿Vas de pesca?», y el otro dice: «No, voy de pesca.» Entonces el primero dice: «Ah, bueno, creí que ibas de pesca».
Es una lástima que la maestra nos haya prohibido reírnos sin su permiso, porque lo pasamos muy mal para aguantarnos. El supervisor, que no necesitaba permiso de nadie, se rio mucho, pero cuando vio que nadie decía nada en la clase, tosió y dijo:
—Bueno, ya nos hemos reído bastante. A trabajar.
—Estábamos estudiando la fábula «La zorra y el cuervo» —dijo la maestra.
—Perfecto —dijo el supervisor—. Continúen.
La maestra fingió buscar al azar en la clase y después señaló a Agnan con el dedo:
—Usted, recítenos la fábula.
Pero el supervisor levantó la mano.
—¿Me permite? —le dijo a la maestra, y después señaló a Clotario.
Clotario abrió la boca y se echó a llorar.
—Pero ¿qué le pasa? —preguntó el supervisor.
La maestra dijo que había que disculpar a Clotario, que es muy tímido, y entonces le preguntaron a Rufo.
Rufo dijo que él no recordaba la fábula de memoria, pero que sabía más o menos de qué se trataba, y empezó a explicar que era la historia de un cuervo que llevaba en el pico un roquefort (un tipo de queso).
—¿Un roquefort? —preguntó el supervisor, que cada vez tenía una pinta más sorprendida.
—¡No! —dijo Alcestes—. Era camember (también un tipo de queso).
—¡Nada de eso! —dijo Rufo. El cuervo no podría llevar el camember en el pico, porque chorrea, y además huele mal.
—No es que huela bien, pero es riquísimo —contestó Alcestes—. Y, además, eso no quiere decir nada; el jabón huele bien y es malísimo para comer, lo probé una vez.
—¡Bah! —dijo Rufo—. ¡Eres un animal!
Y se pegaron.
Todo el mundo se había levantado y gritaba, menos Clotario, que seguía llorando en su rincón.
La maestra, el supervisor y el director gritaban: «¡Ya basta!».
Cuando la cosa se paró y todos nos sentamos, el supervisor sacó su pañuelo y se secó la cara, se acercó a la maestra y le estrechó la mano.
—Cuenta usted con todas mis simpatías, señorita. Nunca hasta hoy he comprendido hasta qué punto nuestra profesión es un sacerdocio. ¡Continúe! ¡Ánimo! ¡Muy bien!
Y se marchó a toda prisa con el director.
Nosotros queremos mucho a nuestra maestra, pero ella ha sido realmente injusta. ¡Gracias a nosotros la han felicitado y ella nos ha castigado a todos sin salir al recreo!
