Padres e hijos en sus relaciones humanas (segunda parte)

Muchos padres quieren sobre todo, ser obedecidos al pie de la letra. Por otra parte, no admiten ningún error; toda falta es inmediatamente indicada y el niño recibe el correspondiente castigo: supresión de juegos, de cine, de paseo o de postre, por citar los ejemplos más comunes.

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Cuando el niño cumple bien alguna indicación, los padres rígidos y autoritarios no le dan importancia porque eso les parece natural. Como es imposible que el niño pueda ajustarse a lo que quieren estos padres, los niños son sometidos durante gran parte de la semana a un régimen de castigos.

Los niños tratados de esta manera se convierten rápidamente en víctimas de un complejo de inferioridad frente a aquellos compañeros que, felizmente, tienen padres más comprensivos. En ellos se desarrolla también un complejo de culpabilidad, de temor de ser castigado, y una permanente actitud de espera del fracaso; la rebelión contra tal régimen se manifiesta sobre todo durante la adolescencia.

Padres democráticos

Brindar ternura cuando es necesario, alabar el esfuerzo y recompensar al niño cuando ha actuado bien es la actitud de muchos padres, quienes logran así ver cómo crecen sus hijos en un clima de comprensión, de calma y de respeto humano. La educación dada por estos padres está orientada, sobre todo, a desarrollar en el niño el sentido de la responsabilidad, al conferirles muchas tareas sencillas y procurando que amen lo que hacen y no que haga lo que quiera, según la expresión de Clarapede, el gran educador suizo. En efecto, la educación moderna nunca sostuvo la idea de dejar que el niño hiciese lo que quisiera, sino más bien la de orientarlo hacia la conclusión del trabajo comenzado con el propósito de formarlo a fin de que sepa utilizar adecuadamente su libertad.

Esta educación democrática es el resultado de un equilibrio entre la tolerancia, la comprensión y la firmeza. El educador moderno trata de desarrollar las cualidades positivas de cada uno al educarlo, es decir, procurando que cada ser humano sepa utilizar sus cualidades para convertirse en un excelente profesional, un buen cónyuge, un buen padre.

La naturaleza de las relaciones entre padres e hijos se transmite de generación en generación; existen tradiciones de brutalidad, de autoritarismo, de “superprotección”, que los hijos una vez alcanzada la edad adulta, transmiten a sus propios hijos.

Donde existen la brutalidad, la incomprensión y el “hiperautoritarismo” no es posible construir una verdadera democracia porque actitudes semejantes se propagan también fuera del hogar, en el trabajo, en los negocios y, lo que es más grave, en el sentido de los destinos de una nación. La libertad unida al respeto, debe comenzar a cultivarse en las relaciones entre padres e hijos, en la propia célula familiar, si se quiere que una nación viva en una verdadera democracia.

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