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Enseñanza y aprendizaje están tan íntimamente relacionados que casi se confunden, a tal punto que hoy se habla del proceso de enseñanza-aprendizaje como el acto en que alumnos y profesores se reúnen para cotrabajar y copensar, imprimiéndole a este proceso un carácter eminentemente dinámico y cooperativo.
Esto significa que el estudiante ha dejado de ser un receptor pasivo, destinado solo a recibir información para constituirse en un sujeto activo, responsable de su propio progreso.
Dentro de este esquema, la evaluación se constituye en un proceso orientado a obtener informaciones de todas las posibilidades de desarrollo del estudiante, para ayudarlo a adquirir una noción clara, precisa y realista de sí mismo y desarrollar en él una actitud positiva hacia la educación, la sociedad y la vida.
¿Qué aspectos deben ser evaluados en los estudiantes?
Todos los comportamientos que sean evaluables con relativa facilidad y objetividad, como conocimientos, habilidades o destrezas, o tan intangibles como valores o actitudes hacia una apreciación estética o social.
La información obtenida a través de la evaluación nos permite apreciar rasgos, conocer capacidades, carencias o limitaciones para, posteriormente del análisis de estos resultados, formular planes de acción con respecto a las situaciones evaluadas.
Todo lo expuesto anteriormente nos permite concluir que no solamente se evalúa a los estudiantes para otorgarles una calificación o determinar su promoción o repitencia, sino fundamentalmente para detectar el grado de progreso alcanzado por ellos en el proceso de formación humana.
Para reflexionar: “El docente debe informar a los alumnos sobre sus progresos y errores, ya que si ellos saben de su bajo rendimiento, de sus logros, de los errores cometidos y de las actividades a realizar para superar sus problemas tal vez lleguen a tener más seguridad en sí mismos y mayores motivaciones para estudiar”
(Héctor J. Barros Díaz y Aquiles Miranda C. en manual del Profesor: Evaluación / Currículum / Planificación)