Nativos e inmigrantes digitales II

Estudios internacionales de los últimos años concluyen que los niños más vulnerables desde el punto de vista psicológico, social y familiar tienen por lo menos cuatro veces más posibilidades de quedar expuestos a situaciones de peligro en internet. La vulnerabilidad de su vida real se traslada al mundo virtual.

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Lo cierto es que los niños y adolescentes pasan muchas horas solos. Los padres regresan a la casa tarde y el espacio compartido se destina a cenar lo más rápido posible, terminar las tareas domésticas para poder irse a dormir y retomar el día siguiente una rutina que raramente se corta los fines de semana.

Seguramente necesitamos trabajar muchas horas más de las que quisiéramos pero, en los hechos, el cuidado paterno y materno se ha resentido y es en estos casos en los que la computadora se vuelve peligrosa, tanto como el alcohol, la droga o los vínculos sociales de riesgo.

Los menores que están solos muchas horas del día se enfrentan a una encrucijada. Por un lado, se aíslan y son distantes desde el punto de vista afectivo, la computadora puede ser su salvadora ante el acecho de males peores como la depresión, desarrollan determinadas habilidades, prueban sus saberes, reciben estímulos.

Dónde colocar la computadora

Si la máquina queda en el dormitorio de los chicos, aumentan las chances de que no haya un momento para el encuentro familiar. No importa si queda a la vista, si ocupa un rinconcito en el living del comedor diario o del escritorio compartido.

Los que nacimos en la era predigital convivimos con la televisión en la cocina y aprendimos que había que apagarla a la hora de la comida. Años después, investigaciones de pediatras británicos mostrarían que la cena familiar era un elemento que distinguía a las familias más integradas de las más deshilachadas.

Tener la computadora en un lugar común de la casa permite supervisar mejor su uso, especialmente cuando se trata de chicos muy pequeños. A medida que los hijos van creciendo es fundamental que sientan que se confía en ellos, que se les da espacios de privacidad, también necesarios para un adecuado desarrollo.

Los padres no tenemos que tener miedo de poner límites, siempre y cuando seamos capaces de predicar con el ejemplo y argumentar nuestras decisiones.

Tampoco hay que ser excesivamente pudorosos respecto a invadir la privacidad, establecer normas y hacerlas cumplir. Encontrar los ingredientes justos, sin caer en el autoritarismo, es un desafío cotidiano. No controlar, no interesarse por lo que hacen nuestros hijos en la pantalla puede significar un abandono.

Predicar con el ejemplo

¿De qué sirve que se les exija a los menores dejar la computadora a la hora de la cena si lo primero que hace el adulto cuando llega a casa es chequear su correo, conectarse al chat o al Facebook o navegar por internet hasta alta horas de la madrugada?

Recuerda

Conocer qué hacen, con quiénes chatean, cuántos y quiénes son sus amigos del Facebook o sus contactos de chat nos dará herramientas para guiarlos en este nuevo mundo.

Fuente

Recuperado de

http://www.prisaediciones.com/uploads/ficheros/libro/primeras-paginas/201006/primeras-paginas-hiperconectad

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