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Todas guardaron silencio, hasta que Meg lo rompió:
─ ¿Se acuerdan que mamá dijo que este año no pensáramos en regalos? El invierno se presenta duro y, si algo hubiera, debemos colaborar, en lo que se pueda de dinero para alimentar a nuestro ejército.
─ ¡Puf! ¡La guerra! ─habló de nuevo Jo─ Adiós a mi triste dólar con el que pensaba comprar mi último libro de mi envidiado maestro…
─Pues no te prives de ese gusto ─ dijo Beth ─Sé de otro dólar, casualmente mío, que pensaba destinar a música, que es mi alimento…
─ ¡Ah! ─suspiró Amy─ mis pobres centavos iban a convertirse en lápices para mis dibujos.
Así charlaban las chicas esa tarde de diciembre, haciendo sus labores frente a la chimenea encendida, mientras, por la ventana, se veían los copos de nieve que caían blanqueando todo el paisaje.
Pese a la descolorida alfombra y el sencillo mobiliario, la habitación en la que estaban era amplia y confortable, en las paredes colgaban valiosos cuadros y las estanterías estaban repletas de buenos libros.
Luego las chicas pensaron en cambiar sus caprichitos por un regalo para su mamá.
¡Esas eran las mujercitas March! Abnegadas, recias, generosas, solidarias.
Llego la mañana de Navidad y, al despertar, cada una de las chicas March encontró un libro al lado de su almohada, con un tarjeta navideña.
─ ¡Mamá es excepcional! ─gritaba Amy─ No se comprará unas zapatillas hasta que los dedos le salgan por la punta… ¡pero que a sus niñas no les falte el regalo de Navidad!
─ ¿Dónde está…? ─preguntó Jo a Hanna, la empleada fiel que quedó a servirles luego de la quiebra económica del señor March.
Las seis mujeres fueron a compartir su desayuno con una pobre mujer con un bebé recién nacido y otros seis chiquitos.
Ya pueden imaginarse la sorpresa y la alegría de la pobre mujer, postrada en la cama llena de harapos, con el recién nacido junto a ella.
Los demás niños no podían hablar porque estaban con la boca llena de bollos y galletitas, y los ojos muy abiertos, en sus caritas marcadas por la miseria.
Fueron a la iglesia, hicieron unas visitas y se llevaron una gran sorpresa al encontrar una mesa en la que había helados, tortas, frutas, bombones y cuatro hermosos ramilletes de flores.
Todo gracias al señor Lawrence. Es que Hanna le comentó a uno de los sirvientes del señor Lawrence lo que las mujeres hicieron con su desayuno. Él es un hombre sensible a ciertos detalles, así que envió una nota pidiendo mi autorización para enviar esto a mis niñas ─explicó la mamá.
Tiempo después, Meg y Jo fueron invitadas a una fiesta, para la que se arreglaron como pudieron. Las chicas tenían un solo guante presentable para la ocasión, así que decidieron llevar un lado del guante cada una.
El vestido de Jo estaba quemado en la parte de atrás, cosa que solucionaron a medias con un gran moño que cubría la quemadura…a medias.
Y así estaba Jo en la fiesta, semioculta detrás de una columna, cuando notó que casi a su lado estaba alguien.
Sobre el libro
Título: Mujercitas
Adaptación: Raúl Silva Alonso
Editorial: El Lector