Mujercitas

Para comprender mejor esta historia, debemos ubicarnos en la época y en el lugar: eran los días de la Guerra de Secesión en los Estados Unidos.

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La familia March vivía en una ciudad pequeña y un revés de fortuna los había sumido en la pobreza que, por su educación, supieron afrontar con dignidad.

Para agravar la situación, el señor March había ido al frente de batalla en calidad de oficial. De modo que en la casa, quedaron para enfrentar la vida como pudieran, su esposa y sus cuatro hijas: Margarita -Meg- era una linda jovencita de grandes ojos, cabellos castaños, piel sonrosada y blancas manos, de las que a veces presumía. Ya había cumplido 16 años.

Josefina –Jo-, de quince años, alta, morena, de penetrantes ojos grises, nariz respingada, modales más bien bruscos, más bien desaliñada , temperamental y decidida. Le rebelaba la idea de convertirse en una mujer llena de remilgos. Pero estaba orgullosa de su largo y hermoso pelo castaño. Era alegre y muy divertida.

Elizabeth -Beth-, de pelo liso, piel rosada, como Meg, y ojos claros, estaba por cumplir trece años en el momento en que comenzamos la historia. Era, o parecía, tímida, no por apocada, sino más bien por vivir en un mundo interior que solo dejaba para alternar con las personas de su gusto.

Amy, la menor, tenía un aire de princesita de cuentos, con su piel blanquísima, sus ojos azules y unos bucles de oro.

Estas eran las «mujercitas» del señor March, y lo que aquí contaremos es, apenas, un pedacito de sus vidas, cuando su papá estaba en la guerra.

Como decía al principio, hay que ubicarse en la época: las mujeres vestían con cofia, pañuelos o sombreros, cubriéndoles permanentemente la cabeza. Vestidos largos, hasta el suelo, y era inconcebible en una dama no llevar guantes.

Se adornaban generalmente con flores en la ropa o el sombrero y estaban llenas de ceremonias que ahora nos resultarían incomprensibles, si no ridículas.

Los jóvenes se trataban de «usted», a menos que hubiera muchísima confianza. Y un sinfín de detalles de buena educación que ahora ya no se estilan.

Pero así eran aquellos tiempos.

— ¡Es triste ser pobre! — se quejaba Meg aquella tarde, mientras planchaba su vestido de tela escocesa bastante gastada. Mientras otras lucen sus vestidos traídos de París, nosotras lucimos… nuestras habilidades para darle la quinceava vuelta a los nuestros…

— ¡No hay justicia en la Tierra! — opinó Amy.

—¿Por qué se plaguen tanto? — reprochó Jo, sentada en la gastada alfombra, con las piernas cruzadas –Aquí estoy yo, muy feliz, preparando mi estreno de Navidad.

—¿Qué?

—¡Un cierre nuevo le voy a poner a esta pollera! — contesta Jo, muerta de risa.

—¿Cuándo te vas a dar cuenta de que no eres una niñita…? ¡Y menos un niño!

— ya me di cuenta esta mañana. Pero si dejar de ser niña consiste en filosofar y quejarse por no tener cosas. Prefiero seguir siendo la Jo de siempre, trepada a los árboles y tirando piedras a los niños desconocidos. ¡Vamos chicas! Tenemos a nuestros papás y somos cuatro hermanas como cuatro soles. ¡Ánimo!

Sobre el libro

Título: Mujercitas

Adaptación: Raúl Silva Alonso

Editorial: El Lector

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