Moby Dick (2)

Seguimos leyendo la adaptación de esta novela considerada como una de las grandes obras de la literatura universal.

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En el mismo viaje que curaba el muñón de Ajab le fue colocada la pata de marfil hecha con un trozo de quijada de ballena, que le serviría de pierna de palo el resto de su vida.

Pero el estrago que produjo la ballena blanca en el cuerpo del capitán Ajab, no fue nada en comparación al trastorno que el odio hacia el cetáceo introdujo en su espíritu.

La inteligencia de Ajab le hacía ver con claridad que la demostración de esa inverosímil hostilidad hacia —al fin y al cabo— un animal no sería bien comprendida por los oficiales y marineros balleneros y, menos aún, por el resto de los mortales que no conocían el mar y sus monstruosidades. De modo que se cuidaba muy bien de poner de manifiesto en aquel viaje, que su único objetivo, su obsesión en realidad, era enfrentarse, vencer y destruir a Moby Dick.

Y aunque ofreció un doblón de oro —que clavó en el mástil de la nave— a quien primero avistara a la ballena blanca, se cuidó muy bien de velar por el interés económico de toda la expedición, haciendo recomendaciones sobre el curso a seguir y cálculos sobre el derrotero de las manadas de ballenas según sus costumbres, para cobrar las piezas que eran el propósito rentable de estas expediciones.

Pero la ballena blanca no seguía ningún patrón de costumbres ni de conducta, excepto su diabólica ferocidad, que empequeñecía la de las orcas, las ballenas asesinas.

Pasaron los días sin mayores novedades, hasta que, un atardecer, el vigía dio la voz:

— ¡Por ahí sopla! ¡A sotavento!

Refiriéndose al chorro de agua que soplan las ballenas por un orificio del lomo, que viene a ser la nariz.

Y «a sotavento», en el lenguaje marino, es el lado contrario de «barlovento», lugar de donde viene el viento.

Fue la primera oportunidad que tuve que participar de la caza de una ballena. ¡Y a fe que fue una experiencia terriblemente emocionante y peligrosa!

Nadie imagina —al menos en estos años de fines del siglo XIX— la valentía, la heroicidad de tantos anónimos arponeros y balleneros, en general, que arriesgan su vida, y a veces pagan con ella, por la osadía de obtener el triunfo sobre estos cetáceos.

Así fuimos atrapando otras piezas por las heladas aguas que surcábamos, a veces congelándosenos las pestañas, al punto que ni siquiera podíamos parpadear.

Hasta que un día... la ballena en marcha, parecía presa de un suave júbilo, una grande y veloz tranquilidad.

Sobre el libro

Autor: Raúl Silva Alonso

Título: Moby Dick

Editorial: El Lector

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