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Mientras continuaba dando cobijo en su casa a cuanto gato vagabundo hubiera, Josefina escribió también la historia de Villacanastos, Villaolvido y Villaorejas, la de Villaescobas, Villapienso y Castelcanes, pero aquí solamente vamos a recordar, brevemente, dos historias más: la de Ciudadsueños y la de Ciudadlacustre.
La primera tenía la particularidad de que la gente no solo andaba siempre con sueño (como cierto gato pequeño de otra historia), sino que se dormía en cualquier parte.
Por eso, la municipalidad dispuso que en las calles, estratégicamente ubicados cada cierto trecho, estén permanentemente abiertos unos catres de lona, para comodidad de los transeúntes que se dormían cuando iban por ahí. Por suerte, los sueños de los que dormían eran siempre agradables: soñaban que ya habían pagado los impuestos, que habían ganado la lotería y cosas así.
Pero esta situación también ocasionaba inconvenientes porque cuando sus habitantes iban a comprar algo a un negocio, se dormían y soñaban que ya habían pagado. El dueño del negocio soñaba que ya había cobrado y así se fundían los comerciantes.
Un científico que pasó por ahí descubrió que la causa del sueño eran las aguas del arroyo. Así que, mientras estaban despiertos decidieron embotellar agua y venderla como anestesia.
Entonces vivieron muy felices ganando dinero con el agua del arroyo, mientras dormían.
Sobre el libro
Adaptación Raúl Silva Alonso
Título Maravillas de unas villas
Editorial El Lector