Maravillas de unas villas

Es el título del libro que reúne los cuentos de Josefina Plá, cuyos argumentos giran en torno a villas imaginarias: de flacos, de sueños, de orejas, de perros, etc. Escogimos «Los olvidos de Villaolvidos». Esperamos que disfrutes leyendo y no olvides tan pronto la historia que cuenta.

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(Josefina Plá)

Érase que se era un señor a quien le gustaba mucho viajar. Viajó por todo el mundo y vio muchas cosas raras. Y de vuelta del viaje solía contarlas. Pero lo que más le gustaba contar, porque le parecía una de las cosas más raras vistas en sus viajes, era lo que le pasó al visitar un pueblo que a primera vista le pareció muy bonito, pero cuando entró en él para pasar allí la noche, lo encontró vacío. […]

Aquel pueblo había sido desde tiempo inmemorial un pueblo muy raro. Todos sus habitantes nacían con una memoria muy frágil, o mejor decir, no tenían ninguna. Se olvidaban de todo, hasta de los propios nombres y habían tenido que recurrir a colgarse de los cuellos una tarjeta con su nombre y domicilio. Pero resultó que se olvidaban de ponerse los tarjetones, y los iban dejando aquí y allá, hasta que los perdían del todo y se quedaban con el problema. […]

Se olvidaban también del manejo de las cosas y herramientas de su oficio o profesión, y así usaban de pronto tenedor y cuchillo para cortar una manga, un hacha para cortar tallarines, o un machete para rebanar queso. Otra vez, un joven que era muy flaco se puso el saco como pantalón y anduvo así todo el día, hasta que alguno que se acordó a tiempo se lo advirtió.

En otra ocasión, una señora que fue al mercado en día nublado, metió tres docenas de huevos que compró, en el paraguas, creyendo que era el canasto; de vuelta del mercado empezó a llover, abrió ella su paraguas y pueden ustedes imaginar lo que pasó; fue la única vez que se vio granizo de huevos.

Aunque la Municipalidad, la Escuela, Primeros Auxilios y el cementerio tenían grandes letreros al frente, los vecinos se solían olvidar de que sabían leer, y así los escueleros entraban con sus libros en Primeros Auxilios, y los padres en el Cementerio con los impuestos impagos. […]

Lo único en fin que en Villaolvidos nunca se olvidaba era la hora de comer; pues, aunque se olvidasen los relojes, el estómago estaba en su sitio para señalar la hora exacta.

Pero como todas las cosas mencionadas y otras peores sucedían muy a menudo, al cabo de los años resultó que todas las cosas de Villaolvidos habían cambiado de dueño, o sus muebles eran completamente distintos. […]

Hasta que un día vino el desastre mayor.

Y fue que un día un pueblo de los de por allí lejos, celebró una fiesta que se llama centenario, y que en Villaolvidos no se había celebrado nunca, porque si no se acordaban de lo que había pasado el día anterior, menos se podían acordar de lo que pudo pasar cien años atrás. Y los vecinos de ese pueblo invitaron a todos los vecinos de los pueblos alrededor, entre ellos Villaolvidos, a la fiesta y banquete de centenario. Como se trataba de comer, no se olvidaron y allá se fueron todos.

Pero con la alegría de la música y los cohetes y rehiletes y los globos y los bailes y sobre todo con el asado, los villaolvidadizos perdieron todos la poca memoria que les quedaba y cuando llegó la hora de volver, nadie recordaba de qué lado quedaba su pueblo. Cada uno se fue por su camino, y nadie supo lo que fue de ellos.

Y Villaolvidos se quedó olvidada para siempre.

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