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La historia de los agujeros de Castelagujeros la escribió Josefina cuando tenía 45 gatos.
Era este un pueblo lleno de agujeros, como ya lo habrán sospechado los lectores.
Las casas eran de ladrillos agujereados, las puertas parecían panales de abejas y no tenían ventanas, pues ya las paredes estaban llenas de agujeros, entonces, ¿para qué?
Hubo un castelagujerino que quiso tener hasta los techos agujereados, pero después de la primera lluvia, llegó a comprender la majadería de su proyecto.
Ahí todos vestían de tul y encaje de malla y las sábanas y frazadas eran de broderie, que, por si no lo saben, es una tela llena de agujeritos.
Hasta los bifes tenían agujeros y decían que así eran mejor para la digestión.
¿Y los platos? También tenían agujeros, por eso en el pueblo nadie tomaba sopa.
Lógicamente, también la historia del pueblo estaba llena de agujeros.
Aun así, se pudo saber que un día nació allí un chico extraordinariamente inteligente, que, a los 15 años, empezó a patentar una serie increíble de inventos:
Agujeros en las calles, para evitar la distracción de peatones y automovilistas, que deberían estar muy atentos para no caer en ellos.
Agujeros en las frutas para que pesen menos y entren más en un kilo.
Agujeros en los sombreros para que el aire circulase y se refrescaran la cabeza.
Y hasta en un arroyo que corría muy de prisa, para que el agua, al llenar los agujeros, fuera más lenta.
Pero cuando el chico cumplió 16 años tuvo un agujero en su salud y el médico le dijo que se dejara de inventar si no quería terminar mal. Entonces, dejó de hacerlo y castelagujeros se quedó con los agujeros que ya tenía, que eran bastantes.
Josefina pensó aquí —en medio de sus gatos— que tal vez ese chico fue el inventor de aquello de «si hay un agujero en tu vida, llénalo de amor». Pero como no estaba segura, no lo puso en el libro.
Elabora un cuadro comparativo entre los cuentos leídos, a partir de las siguientes imágenes.
Sobre el libro
Título: Maravillas de unas villas Adaptación: Raúl Silva Alonso
Editorial: El Lector