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Y así, dicen que, al cabo de los siglos, nacieron ya mirando para arriba todo el tiempo.
Llegó a la villa un señor que se puso a hacer agujeros en las paredes de las casas, para enseñarles a entrar y salir más fácilmente a sus dueños y, sobre todo, para que esas aberturas hicieran de ventanas y pudieran ver algo dentro de las casas.
Tanto les gustó la idea a los villaoscurinos que empezaron a hacer muchos agujeros, uno al lado del otro, en las paredes de las casas, hasta que los techos se les vinieron abajo por falta de paredes que los sostuvieran.
Por suerte, no les aplastaron, sino que el efecto fue que las casas quedaron mucho más bajas, al faltarles una rebanada de pared.
Sacaron la conclusión de que las ventanas eran algo peligroso y siguieron viviendo como antes, muy contentos de que, por lo menos, las estrellas siguieran en su sitio.
¿Las blancuras de Negriburgo? Es una historia negra la que cuenta Josefina. Se trata de un pueblo que, hace medio millón de años, se llamaba Blanguiburgo.
Pero un día, la mayor parte de sus habitantes se fue a una guerra.
Entonces, los que quedaron en el pueblo pintaron todo de negro para que el enemigo no los encontrara: al pueblo ni a ellos.
Pero lo que pasó fue que, al volver, tampoco los encontraron los que habían ido a la guerra.
Tanta negrura causaba algunas peculiaridades en Negriburgo; por ejemplo, no había sombras, porque estas son negras y se confundían con las paredes.
Los fantasmas eran lo único visible, por sus sábanas blancas. Pero cuando se gastaron, con el paso del tiempo y no pudieron encontrar en el pueblo más que sábanas negras, tuvieron que marcharse a otro sitio, porque allí, como no se los veía, ya no podían asustar a nadie.
Un día, no se sabe cómo, llegó al pueblo un viajante de comercio llevando telas floreadas, zapatos, abanicos y lápices de colores.
Tanto les gustó a los negriburgueses que le compraron todo enseguida y le pidieron que fuera a donde sea a traer más.
Después de varios viajes en los que el viajante vendía todo lo que llevaba a Negriburgo, llevó pinturas de todos los colores y empezó a pintar las casas, que fueron surgiendo de la negrura de los tiempos remotos en los que se encontraban. Y así apareció otra, otra y otra casa, hasta que Negriburgo dejó de llamarse así y pasó a ser Irisburgo.
Sobre el libro
Autor
Raúl Silva Alonso
Título
Maravillas de unas villas
Editorial
El Lector
Actividad
Encuentra las siguientes palabras en esta sopa de letras.
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