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Sin una sola señal de agradecimiento, Diomina tomó las violetas y adornó con ellas su corpiño. Días después, exigió que se la trajera fresas. Marcela se estremeció y trató de convencerla de que aquello era imposible. Pero la madre quería dar ese nuevo capricho a su hija y mandó a Marcela al bosque.
Allí seguían los doce meses, y Marcela les dijo:
—Ahora necesito recoger unas fresas.
El anciano Diciembre se levantó, tocó con su bastón a Junio y este, después de remover el fuego, hizo que el suelo se cubriera de un manto verde, ¡y en él se veían las cabecitas rojas de las fresas! Marcela agarró unas pocas, dio las gracias y regresó a su casa, donde Diomina le riñó por no haberle llevado más. «Yo iré y traeré las suficientes», aseguró.
Tomó su mantón y se fue al bosque, pasando ante el grupo de los doce meses sin dirigirles un saludo siquiera. Enero se irritó y llamó a la ventisca, que se llevó a Diomina para siempre. Al ver que no regresaba, salió su madre, quien corrió la misma suerte. En cuanto a la bondadosa Marcela, el joven Mayo le pidió matrimonio, y los campos que cuidaron entre ambos jamás sufrieron de granizos ni sequías, ofreciendo el aspecto de una eterna primavera...
Sobre el libro
Libro: Mis cuentos de hadas
Título: Los doce amigos
Editorial: Cuenticolor
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