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Por el contrario, vivía en la casa de al lado de un labrador, también con una hija llamada Marcela, muchacha muy bella y de tan buen carácter que todo el mundo la quería.
Por desgracia, un día al labrador se le ocurrió pedir en matrimonio a la viuda, se casaron, y las dos muchachas comenzaron a vivir bajo el mismo techo. Más tarde, el hombre enfermó y murió, y entonces comenzó para Marcela una vida de malos tratos y trabajo.
Diomina y su madre la obligaban a realizar todas las faenas de la casa, por duras que fuesen , mientras ellas permanecían sentadas cómodamente. Marcela se ocupaba de la limpieza, de las comidas, de la vaca, las gallinas, los conejos y del huerto. Todos en el pueblo alababan su diligencia.
Sin embargo, Diomina y su madre nada le agradecían y cada vez la trataban peor.
Una tarde, fría y desagradable, después de una de las nevadas más intensas que se recordaba en el pueblo, Diomina dijo:
—Me agradaría tener un ramo de violetas.
—Nada más sencillo —declaró la madre, siempre deseosa de satisfacer los menores caprichos de su hija—. Enviaremos a Marcela al bosque a buscarlas.
—Seguramente están bromeando —se atrevió a insinuar Marcela—. Nadie encontraría en el bosque ni una sola violeta.
—Eso es cuenta tuya —exclamó su madrastra—. Anda, deja todo lo que tienes entre manos y emprende el camino. Y no vuelvas sin el ramo de violetas, te lo aconsejo.
Era inútil replicar, y Marcela salió de la casa, enfrentándose con el frío, la nieve y la oscuridad. Como no llevaba más prendas que las que usaba en casa, empezó a tiritar. Además, sintió miedo y se volvió, llamando a su puerta. Pero nadie le contestó ni le abrió, y no tuvo más remedio que dirigirse al bosque, sabiendo que no podría encontrar violetas.
Sobre el libro
Libro: Mis cuentos de hadas
Título: Los doce amigos
Editorial: Cuenticolor