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En el guardarropa de un niño de tres años hay diferentes tipos de temores; ellos forman parte del proceso de crecimiento.
Abg. Christian Godoy
Ayudar a nuestros hijos a superar sus miedos no implica protegerlos de todo lo que temen.
* Niños de hasta tres años, primeros miedos.
A los padres nos parecen absurdos estos temores, pero si no hacemos caso, el pequeño se preguntará si algo anda mal con él. Debemos tratar de hacerle comprender que no es malo asustarse, que todos tenemos miedos y que lo importante es superarlos.
* Niños de tres a seis años: fantasías vividas.
"A un pequeño de tres años le encantaba Barney, un sonriente dinosaurio morado de la televisión. Creía que los monstruos eran amables y siempre estaban dispuestos a divertirse. Pero, cierto día, vio el anuncio de una película en la que un dinosaurio aterrorizaba a la gente". A su madre le costó mucho trabajo explicarle la diferencia entre los dos dinosaurios, y hacerle entender que ambos son imaginarios.
Lidiar con los niños de edad preescolar exige comprender sus fantasías. Ayudémoslos con una actitud desapasionada. Participemos en su fantasía dándole, quizás, una linterna para que espante a los monstruos o pongamos una música suave o pidámosles que cuente hasta el número más alto que sepa.
A veces resulta útil dar al niño un nuevo punto de vista sobre la situación.
* Niños de seis a doce años: la vida real.
Un niño de seis años no podía dejar de pensar en lo que le había contado un compañerito de escuela: un peligroso asesino había escapado de la cárcel. Aunque sus padres insistieron que ningún criminal rondaba por el barrio, el pequeño no pudo dormir.
Aunque la angustia de este niño era exagerada, constituye un ejemplo de los temores de los pequeños durante los años de escuela primaria. Ya no los asustan criaturas imaginarias, sino que se sienten amenazados por peligros de la vida real, como asesinatos, accidentes automovilísticos, terremotos e incendios. Podemos ayudar a nuestros niños a sentirse más dueños de su propia realidad, libros sobre tornados o terremotos o charlas sobre el uso del cinturón de seguridad servirían para superar los temores.
Independientemente de cuál sea el temor especifico, si persiste durante semanas o meses, quizás convenga que los padres revisemos nuestra propia vida para encontrar lo que en verdad perturba al niño.
Si los temores de nuestro hijo se vuelven tan intensos que trastornan su vida, le quitan el sueño, o lo sumen en la tristeza y el retraimiento, tal vez sea hora de recurrir a la ayuda profesional. Pero si ese no es el caso, probablemente se trate de miedos normales que, con la ayuda nuestra, desaparecerán poco a poco.
Ayudar a nuestros hijos a superar sus miedos no implica protegerlos de todo lo que temen.
* Niños de hasta tres años, primeros miedos.
A los padres nos parecen absurdos estos temores, pero si no hacemos caso, el pequeño se preguntará si algo anda mal con él. Debemos tratar de hacerle comprender que no es malo asustarse, que todos tenemos miedos y que lo importante es superarlos.
* Niños de tres a seis años: fantasías vividas.
"A un pequeño de tres años le encantaba Barney, un sonriente dinosaurio morado de la televisión. Creía que los monstruos eran amables y siempre estaban dispuestos a divertirse. Pero, cierto día, vio el anuncio de una película en la que un dinosaurio aterrorizaba a la gente". A su madre le costó mucho trabajo explicarle la diferencia entre los dos dinosaurios, y hacerle entender que ambos son imaginarios.
Lidiar con los niños de edad preescolar exige comprender sus fantasías. Ayudémoslos con una actitud desapasionada. Participemos en su fantasía dándole, quizás, una linterna para que espante a los monstruos o pongamos una música suave o pidámosles que cuente hasta el número más alto que sepa.
A veces resulta útil dar al niño un nuevo punto de vista sobre la situación.
* Niños de seis a doce años: la vida real.
Un niño de seis años no podía dejar de pensar en lo que le había contado un compañerito de escuela: un peligroso asesino había escapado de la cárcel. Aunque sus padres insistieron que ningún criminal rondaba por el barrio, el pequeño no pudo dormir.
Aunque la angustia de este niño era exagerada, constituye un ejemplo de los temores de los pequeños durante los años de escuela primaria. Ya no los asustan criaturas imaginarias, sino que se sienten amenazados por peligros de la vida real, como asesinatos, accidentes automovilísticos, terremotos e incendios. Podemos ayudar a nuestros niños a sentirse más dueños de su propia realidad, libros sobre tornados o terremotos o charlas sobre el uso del cinturón de seguridad servirían para superar los temores.
Independientemente de cuál sea el temor especifico, si persiste durante semanas o meses, quizás convenga que los padres revisemos nuestra propia vida para encontrar lo que en verdad perturba al niño.
Si los temores de nuestro hijo se vuelven tan intensos que trastornan su vida, le quitan el sueño, o lo sumen en la tristeza y el retraimiento, tal vez sea hora de recurrir a la ayuda profesional. Pero si ese no es el caso, probablemente se trate de miedos normales que, con la ayuda nuestra, desaparecerán poco a poco.