La ratita presumida (Charles Perrault)

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Prof. María Leticia Méndez

Érase una vez una ratita muy coqueta y presumida que un día, barriendo la puerta de su casa, se encontró una moneda de oro. ¡Qué suerte la mía!, dijo la ratita, y se puso a pensar:
—¿En qué me gastaré la moneda?
La gastaré, la gastaré... ¡en caramelos y gominotas! No, no... que harán daño a mis dientes. La gastaré, la gastaré... ya sé: la gastaré en ¡bizcochos y tartas muy ricas! No, no... que me darán dolor de tripa.
La gastaré, la gastaré... ya sé, la gastaré en ¡un gran y hermoso lazo de color rojo!

Con su moneda de oro, la ratita se fue a comprar el lazo de color rojo y, luego, sintiéndose muy guapa, se sentó delante de su casa, para que la gente la mirara con su gran lazo. Pronto se corrió la voz de que la ratita estaba muy hermosa y todos los animales solteros del pueblo se acercaron a la casa de la ratita, proponiéndole casamiento.
La ratita presumida y sus pretendientes
El primero que se acercó a la ratita fue el gallo. Vestido de traje y muy coqueto, luciendo una enorme cresta roja, dijo:
—Ratita, ratita, ¿te quieres casar conmigo?
La ratita le preguntó:
—¿Y qué me dirás por las noches?
Y el gallo dijo:
—Kikirikíííí —Cantó el gallo con su imponente voz.
Y la ratita dijo:
—No, no, que me asustarás.
Y el gallo siguió su camino.

No tardó mucho y apareció el cerdo.
—Ratita, ratita, ¿te quieres casar conmigo?
La ratita le preguntó:
—¿Y qué me dirás por las noches?
—Oinc, oinc, oinc —gruñó el cerdo con orgullo.
Y la ratita dijo:
—No, no, que me asustarás.
Y el señor cerdo se marchó.

No tardó en aparecer el burro.
—Ratita, ratita, ¿te quieres casar conmigo?
La ratita le preguntó:
—¿Y qué me dirás por las noches?
—Ija, ija, ijaaaa —dijo el burro con fuerza.
Y la ratita dijo:
—No, no, que me asustarás.
Y el burro volvió a su casa por el mismo camino.

Luego, apareció el perro.
—Ratita, ratita, ¿te quieres casar conmigo?
La ratita le preguntó:
—¿Y qué me dirás por las noches?
—Guau, guau, guau —Ladró el perro con mucha seguridad.
Y la ratita dijo:
—No, no, que me asustarás.
Y el perro bajó sus orejas y se marchó por las montañas.

No tardó mucho y apareció el señor gato.
—Ratita, ratita, ¿te quieres casar conmigo?
La ratita le preguntó:
—¿Y qué me dirás por las noches?
—Miau, miau, miauuu —Ronroneó el gato con dulzura.
Y la ratita dijo:
—No, no, que me asustarás.
Y el gato se fue a buscar la cena por otros lados.

Al final de la tarde, apareció el señor pato.
—Ratita, ratita, ¿te quieres casar conmigo?
La ratita le preguntó:
—¿Y qué me dirás por las noches?
—Cuac, cuac, cuac —Bramó el pato muy coqueto.
—No, no, que me asustarás.
Y el pato se fue por donde había venido.

La ratita ya estaba cansada, cuando de repente se acercó un fino ratón.
—Ratita, ratita, ¿te quieres casar conmigo?
La ratita le preguntó:
—¿Y qué me dirás por las noches?
—Pues me callaré y me dormiré, y soñaré contigo.
Y la ratita, sorprendida con el ratón, finalmente tomó una decisión:
—Pues contigo me casaré.
Y así fue como la ratita, felizmente, se casó con el ratón.
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