La Odisea (4)

¿Podrá Ulises regresar sano y salvo a su casa? Leamos el desenlace de esta fantástica aventura.

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Se la pasaban ociosamente de banquete en banquete, consumiendo la hacienda de Ulises, maltratando a los sirvientes e importunando a Penélope con sus requerimientos matrimoniales.

Tanto ella como Telémaco no disponían de los medios para echarlos del palacio. Y los malvados exigían a la reina una decisión.

Penélope, para ganar tiempo, esperando contra toda esperanza, puso como plazo terminar de hilar una tela que sirviera de sudario al cuerpo de su marido antes de enterrarlo, el día que lo trajeran muerto.

Pero lo que hilaba durante el día lo deshilaba en las noches. Hasta que fue descubierta por una desleal sierva que informó de la estratagema a los huéspedes.

En esos días llegó Ulises a Ítaca, cargado de inmensas riquezas que le obsequiaron los feacios, quienes le dejaron en las playas de su patria.

Estos feacios fueron quienes le recibieron y dieron hospedaje cuando la balsa en que navegaba Ulises llegó a sus orillas.

Lo trataron a cuerpo de rey, al enterarse de quién era y de las penalidades que había padecido desde que salió de Troya. Le informaron también de lo que estaba ocurriendo en Ítaca con su esposa y cómo su hijo Telémaco se había hecho a la mar para buscar noticias de su padre.

Y cómo los pretendientes planeaban matar al joven a su regreso a Ítaca.

Así pues, al llegar a su reino, Ulises no fue directamente al palacio, sino que, tramando un plan, se hospedó primero en casa de su sirviente Eumeo, el porquerizo.

Disfrazado de anciano mendigo, Eumeo no lo reconoció, como lo hizo Euricle, el ama que lo crió.

Llegó también Telémaco, que no podía dar crédito a tanta felicidad cuando su padre se dio a conocer.

Asistieron al banquete en el cual Penélope debía elegir a uno de los pretendientes, los cuales trataron con soberbia y maldad al mendigo que vino con Telémaco.

Aún en esa hora última, Penélope intentó postergar o rehuir la elección de marido.

—Me casaré —dijo— con aquel que tense el arco de Ulises y, utilizándolo, haga pasar de una sola vez una flecha por todas las anillas del segur —que era donde se colgaban las enormes hachas de guerra.

Nadie pudo tensar el arco ni untándolo con grasa y calentándolo.

Y se burlaron del mendigo que solicitó pasar, también él, la prueba. Al ver que lo conseguía ¡quedaron espantados!

Y más espantados quedaron cuando arrojando los harapos que le cubrían, se dio a conocer, descubriendo al dueño de casa, rey de Ítaca, Ulises, hijo de Laertes.

Y así fue como, reunido con su familia, su esposa Penélope, su hijo Telémaco y su padre Laertes, reinó Ulises en Ítaca por muchos años y vivieron todos muy felices.

Sobre el libro

Autor: Raúl Silva Alonso

Título: La Odisea

Editorial: El Lector

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