La niña sin nombre

Había una vez una niña muy pequeña que se había perdido en una balsa en el mar. Pasaron los días, y ella seguía sola a la deriva del mar, con hambre, frío y muy cansada. Cuando pensaba que nadie la encontraría, unos pescadores la recogieron en sus redes. El capitán del barco le preguntó cómo se llamaba, pero ella no entendía el idioma. Por eso la llevaron a la policía. Nadie fue capaz de averiguar de qué país era; no tenía pasaporte. El jefe de policía la llevó ante el rey de aquel país y le explicó la situación.

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El rey dijo: «Puesto que es una niña, que la traten como a todas las niñas...». Pero era difícil, porque en aquel país todos los niños tenían nombre, menos ella, y todos sabían cuál era su nacionalidad, menos ella. Era distinta de los otros y no le gustaban las mismas cosas. Y, aunque todos la querían mucho y eran muy buenos con ella, nadie consiguió que dejara de ser distinta.

A los pocos días, el hijo del rey enfermó. Había que encontrar a alguien que tuviera sangre igual a la suya y hacerle una transfusión. Analizaron la sangre de toda la gente del país, pero ninguna era igual que la del joven príncipe, y el rey estaba tristísimo porque su hijo se ponía cada vez peor.

A la niña sin nombre nadie la llamó, pero, como era muy lista, comprendió lo que pasaba. Estaba agradecida por lo bien que la habían tratado, así es que se presentó para ofrecer su sangre, y resultó que la suya era la única que podía curar al príncipe. El rey se puso tan contento que le dijo: «Te daremos un pasaporte de este país, te casarás cuando seas grande con mi hijo y desde ahora tendrás por nombre: Victoria».

La niña no entendía lo que decía el rey, y este cayó en la cuenta de que ella no necesitaba ser de aquel país ni llamarse Victoria. Lo que necesitaba era volver a su propio país, ser llamada por su nombre, hablar su lenguaje y, sobre todo, vivir con su familia. Había que ayudarla.

El rey envió mensajeros para que buscasen por todo el mundo el verdadero hogar de la niña. Al cabo de un tiempo, el mensajero que había ido al Polo Norte volvió con la familia de la niña y, por fin, esta pudo reunirse con ellos.

Supieron entonces que se llamaba Monoukaki, una princesa. Todavía no podía saberse si se casaría o no con el príncipe. Ambos eran demasiado jóvenes para pensar en casarse y terminaron siendo buenos amigos. Así también, aprendieron que todos los niños y niñas tienen derecho a un nombre, un hogar, una familia, a jugar, aprender y crecer alrededor de sus seres queridos.

Fuente: Adaptado del texto original de: J.L. Sánchez y M.A. Pacheco. https://bit.ly/2IY60bb

Ámbito: Así pienso, me expreso y me comunico

Dimensión: Lenguaje Oral y Escrito

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