La isla del tesoro (3)

¡Vaya aventura que le espera a nuestro protagonista!

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¿No sería este el hombre al que temía Bill Boates?, me preguntaba yo.

Pero este John Silver era educado y amable, tan servicial con todos y hasta cariñoso conmigo, que no podía ser un pirata ni menos aún el hombre al que temía el viejo Bill.

Muy pronto descubriría qué equivocado estaba y cuánta razón tenía el capitán Smollet en su desconfianza.

Navegábamos con las velas hinchadas por vientos favorables, cuando yo, descansando de la dura disciplina de grumete a la que me había sometido el capitán del barco, tuve deseos de comer una manzana de las que se encontraban en un barril junto al mástil del palo mayor.

Quedaron solo unas cuantas en el fondo del barril y, como no las alcanzaba, me metí y me senté ahí mismo a saborear mi fruta favorita.

Tan cansado debía estar que quedé dormido. Me despertó, no sé después de cuánto tiempo, la conocida voz de John el largo.

Iba a salir a saludarlo, pues ese día aún no lo había visto, cuando las palabras que pronunciaba me detuvieron en seco e hicieron que me hundiera lo más que pude en el barril.

—No, yo no —decía Silver—. El capitán era Flint, yo era su cabo.

¡Qué podía hacer con mi pata de palo! El mismo cañonazo que dejó ciego a Perronegro se llevó mi pierna. ¡Ah! ¡Qué combate fue ese! Ni cuando hundimos el Royal Fortune, o abordamos al Cassandra o nos apropiamos del Virrey de las Indias, o del Walrus fue mejor…

Yo no podía creer lo que oía. ¡John Silver, mi amigo…!

El pata de palo continuaba diciendo:

«…El viejo barco de Flint, al que yo he visto tan lleno de oro que parecía a punto de hundirse. ¡Y fue el viejo Bill Boates el que se robó el mapa, luego de que liquidamos a Flint…! ¡…Una traición indigna entre caballeros de fortuna…!».

No hace falta que les cuente más de lo que oí. Eso era suficiente para entender lo que pasaba:

Todos los tripulantes, excepto los seis que había contratado directamente el capitán Smollet, eran piratas sobrevivientes de la tripulación del capitán Flint, John Silver incluido. Estaban tras el tesoro, como nosotros, y se proponían liquidarnos a todos en cuanto diéramos con el punto donde estaba enterrado.

Me faltó tiempo para poner sobreaviso a mis amigos, el doctor, el capital y el señor Trelawney.

De momento, nada podían emprender hasta hacerse con el mapa que daba la ubicación exacta del tesoro enterrado.

Poco después avistamos una isla: ¡La isla del tesoro!

Sobre el libro

Autor: Robert Louis Stevenson

Título: La isla del tesoro

Adaptación: Raúl Silva Alonso

Editorial: El Lector

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