La isla del tesoro (2)

En realidad fueron menos, porque se trabaron en una pelea que acabó con la muerte de Bill y la huida de Perronegro, herido, para volver más tarde con algunos compañeros en busca de algo que debía tener el pirata muerto.

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Lo que buscaban, lo encontré, revolviendo el cofre del pirata, en procura de algún dinero que pagara lo que nos debía por el hospedaje, las comidas y las múltiples botellas de ron que había consumido.

Y lo que encontré, además de unas pocas monedas de todas las naciones, fue un mapa. Más tarde supe que se trataba del mapa del tesoro del capitán Flint, caballero de fortuna, como se llamaban a sí mismos los piratas en ese tiempo.

La cuestión es que esa noche escapé con mi madre cuando llegaba de vuelta el ciego Perronegro con otros medioborrachos.

Entraron en tropel a la taberna, que casi destrozaron buscando el mapa del tesoro.

Dejé a mi madre escondida bajo un puente próximo y corrí al pueblo a pedir ayuda.

Nadie quiso complicarse la vida.

Entonces fui a casa del doctor Livesey y lo encontré fumando su pipa junto al fuego, en compañía del señor Trelawney, que era una especie de agente de gobierno.

Mientras tanto, los guardacostas, que perseguían contrabandistas, habían dispersado a los piratas que atropellaron nuestra taberna, pero no pudieron detener a ninguno, que se escabulleron como anguilas.

El doctor Livesey y el señor Trelawney se interesaron vivamente por el mapa y ¡por el tesoro de Flint! que, según se calculaba, representaba una fortuna que, ahora, sería de varios miles de millones de dólares.

Se dispuso que mi madre quedara con unos parientes, y poco después, el doctor Livesey, el señor Trelawney, el capitán Smollet y yo, partíamos desde el puerto de Bristol en una goleta —la Hispaniola—, que el señor Trelawney compró para nuestro incierto viaje.

Fue también el señor Trelawney quien contrató al capitán Smollet y al resto de la tripulación que, excepto seis hombres de confianza del capitán, eran de pésima catadura.

¿De dónde los reclutó?, dirán ustedes.

Pues un cierto John Silver, apodado el Largo, que regenteaba su propia taberna, El Catalejo, en los muelles de Bristol, y a quien el señor Trelawney contrató como cocinero de a bordo, por la gran confianza que le inspiró, se los recomendó.

Este John Silver era un tipo enorme, de poblada barba negra, cabellos recogidos atrás en una coleta, grandes aros en sus orejas, un loro verde, permanentemente sobre su hombro izquierdo y… ¡una pata de palo!

Sobre el libro

Título: La isla del tesoro

Autor: Robert Louis Stevenson

Adaptación: Raúl Silva Alonso

Editorial: El Lector

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