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Acoger sin quejas. Es contrario a las reglas de urbanidad demostrar a la persona hospedada disgusto, ya sea en palabras o gestos. En todo caso, las diferencias deben ser dialogadas de manera pacífica y cortés.
Reglas bien claras. Difícilmente, el que llega a una casa ajena conozca a cabalidad el manejo interno. Por lo tanto, es bueno indicar las reglas del hogar, sin que eso signifique alterar las costumbres de nuestro huésped.
Dar lo mejor. Desde el momento en que un amigo nos anuncia que va a hospedarse en nuestra casa, nos dispondremos a recibirle dignamente, preparándole la habitación que consideremos más cómoda, en la cual pondremos todos los muebles que pueda necesitar. Y si sabemos del día y la hora de su llegada, iremos a buscarlo para acompañarle a nuestra casa.
Complacer al hospedado. El huésped no debe hacer ningún gasto para su manutención. Además, durante su residencia es cosa de gente bien educada informarse acerca de su comida preferida para ofrecerle, así como frutas, dulces u otros gustos. Si enfermare estando en nuestra casa, debemos considerar que ya es suficiente sufrimiento el dolor más la ausencia de la propia familia; por lo que tenemos que procurar atenuar esta pena con cuidados afectuosos.
Fuente: Manuel A. Carreño. Urbanidad y buenas maneras, Ed. América.