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Vivían las flores en admirable armonía de colores su existencia venturosa. Cada una gozaba de particular privilegio de un perfume y un color distintos.
En el concierto de aromas que en la alta noche se regalaban, cada una hacía gala de los dones que Dios le prodigara. Y en estas competencias de fragancia y gracia, siempre quedaba relegada al olvido una pálida flor sin perfume ni nombre. “La inútil”, la llamaban sus compañeras.
Triste y dolorida por el desprecio en que vivía, una mañana decidió morir. Para ello se alejó de las gayas flores dichosas. Fue andando por el espinoso camino, sin amparo, en busca de un solitario lugar donde proteger de las miradas extrañas el pudor de su sacrificio.
Iba suspirando y muriendo ya de pena, cuando al mediodía encontró, en mitad del polvoriento camino y bajo el sol ardiente, un venado al que se le iba la vida por una sangrante herida abierta. La pálida flor quiso ser útil antes de morir: humildemente se acercó al venado y enjugó la sangre con sus hojas. Atribulada, se apoyó a la herida queriendo darle siquiera una migaja de frescor y ¡oh milagro de humildad!...
El contacto de sus hojas detuvo la hemorragia y cauterizó la herida.
Al retirarse el venado, sano y salvo, besó a la pálida flor y le dijo: “Dios otorgue siempre a tus hojas la virtud de curar, a tus flores, el color de mi sangre”.
Desde aquel día la llaman guasupoty a esta roja flor airosa que se abre a lo largo de los desiertos caminos chaqueños, como una llamarada de rubíes. Vencedora de la asfixiante sequía y del tormentoso verano ardiente, la primavera es perenne para ella y el que bese sus flores no morirá de sed.
(Darío Gómez Serrato, escritor paraguayo contemporáneo)
Para tener en cuenta:
No te juzgues a ti mismo por tus limitaciones, ni te cierres a los demás por temor a ser rechazado. Siempre da todo de ti sin esperar nada a cambio, pues en el tiempo menos pensado, la vida y todo el universo se pondrán de acuerdo para hacerte ver ¡cuán valioso eres!