La guerra de los yacarés (3)

Los pronombres son palabras que no tienen significado fijo, ya que este se determina por el contexto en el que aparece.

/pf/resources/images/abc-placeholder.png?d=2059

Cargando...

Vamos a ver al Surubí. Yo hice un viaje con él cuando fui hasta el mar, y tiene un torpedo. Él vio un combate entre dos buques de guerra y trajo hasta aquí un torpedo que no reventó.

En este caso, el pronombre él refiere al surubí y, por lo tanto, tiene ese significado. 

Además de los pronombres personales, también los posesivos y los demostrativos se emplean como recursos de cohesión en el texto.

Lee la cuarta parte de este texto y extrae otros ejemplos del uso de los pronombres personales. 

La guerra de los yacarés

—Bueno— dijeron entonces los yacarés, saliendo del agua—. Vamos a morir todos, porque el buque va a pasar siempre y los pescados no volverán. 

El viejo yacaré dijo entonces: 

—Todavía tenemos una esperanza de salvarnos. Vamos a ver al Surubí. Yo hice un viaje con él cuando fui hasta el mar, y tiene un torpedo. Él vio un combate entre dos buques de guerra y trajo hasta aquí un torpedo que no reventó. Vamos a pedírselo, y aunque está muy enojado con nosotros no querrá que muramos todos. 

El hecho es que los yacarés se habían comido a un sobrinito del Surubí, y este no había querido tener más relaciones con los yacarés. Pero igual fueron a ver al Surubí, que vivía en una gruta en la orilla del río Paraná.

Hay surubíes que tienen hasta dos metros de largo y el dueño del torpedo era uno de esos.

—¡Eh, Surubí!—gritaron los yacarés.

—¿Quién me llama?— contestó el Surubí.

—¡Somos nosotros, los yacarés!

—No quiero tener relación con ustedes —respondió el Surubí.

Entonces el viejo yacaré se adelantó en la gruta y dijo:

—¡Soy yo, Surubí! ¡Tu amigo el yacaré que hizo contigo el viaje hasta el mar!

Al oír esa voz conocida, el Surubí salió de la gruta.

—¡Ah, no te había conocido! —¿Qué quieres? 

—Venimos a pedirte el torpedo. Hay un buque de guerra que pasa por nuestro río y espanta a los peces. Hicimos un dique, y lo echó a pique. Hicimos otro, y lo echó también. Danos el torpedo, y lo echaremos a pique a él. 

El Surubí, al oír esto, pensó y después dijo: 

—Está bien; les prestaré el torpedo, aunque me acuerdo siempre de lo que hicieron con el hijo de mi hermano. ¿Quién sabe hacer reventar el torpedo? 

Todos se callaron. 

—Está bien— dijo el Surubí, con orgullo—, yo lo haré reventar. Yo sé hacer eso. 

Organizaron el viaje. Los yacarés se ataron todos unos con otros; de la cola de uno al cuello del otro; de la cola de este al cuello de aquel, formando así una larga cadena. El inmenso Surubí empujó el torpedo hacia la corriente. Y como las lianas con que estaban atados los yacarés, uno detrás del otro, se habían concluido, el Surubí se prendió con los dientes de la cola del último yacaré, y así emprendieron la marcha. El Surubí sostenía el torpedo, y los yacarés tiraban. Subían, bajaban, saltaban por sobre las piedras arrastrando al torpedo. Pero a la mañana siguiente, llegaban al lugar donde habían construido su último dique, y comenzaron enseguida otro, pero mucho más fuerte que los anteriores. Era un dique realmente formidable. 

Hacía apenas una hora que acababan de colocar el último tronco del dique, cuando el buque de guerra apareció otra vez, y el bote con el oficial y ocho marineros se acercó de nuevo al dique. Los yacarés se treparon por los troncos y asomaron la cabeza del otro lado. 

Fuente: Quiroga, H. Cuentos de la selva. 1918.

Enlance copiado
Content ...
Cargando...Cargando ...