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Las propiedades y modos de realizar la evaluación se inspiran en el modelo didáctico del cual es una parte componente, junto con objetivos, competencias y capacidades contenidos, estrategias metodológicas, actividades y recursos.
Uno de los primeros problemas a destacar es analizar que esta difiere de las prácticas habituales evaluativas de la vida cotidiana porque reconoce, en primer término, cuáles son las propuestas o aspectos de la vida del aula que necesitan de la evaluación con el fin de mejorarlas.
En todos los casos, los juicios valorativos deben tener fuerza interpretativa y explicativa; esto es que, a diferencia del sentido común, se deben reconocer los criterios desde los cuales se emiten las valoraciones para mejorar el hecho o la propuesta.
Siguiendo el planteamiento, la evaluación es la comprobación de la validez de las estrategias didácticas, en orden a la consecución de los objetivos propuestos.
El gran valor de la evaluación está en ser un instrumento de investigación en la didáctica: comprobar hipótesis de acción metodológica para ir acumulando recursos metodológicos, pero, en la realidad pedagógica, la evaluación de uso cotidiano tiene poco que ver con esto. En el mejor de los casos, pretende ser una toma de conciencia de la distancia que separa al alumno de los perfiles pretendidos. Sería algo así como una comparación entre el nivel pretendido y el alcanzado por un alumno o grupo de alumnos, sin tomar en cuenta el papel que puede tener el proceso didáctico seguido para que el resultado final haya sido el que se detecta. Es decir, que se ha considerado y se sigue considerando a la evaluación como externa al propio proceso de enseñanza y de aprendizaje.
La evaluación debería tener dos funciones básicas:
• Con relación al docente: comprobación de estrategias metodológicas (valor didáctico).
• Con relación al alumno: información que le ayude a progresar hacia el autoaprendizaje, ofreciéndole noticias del estado en que se encuentra y las tome como guía de autodirección (valor psicológico).