La canción del bosque feliz

Todos necesitamos realizar una tarea en favor de la vida y la naturaleza. Este pequeño cuento nos invita a ello, ojalá en estas vacaciones llevemos a cabo alguna acción que pueda beneficiar a los demás.

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Cerca de la ciudad donde vivía Carlitos había un pequeño bosquecillo, en el que el hombre aún no había incursionado para explotarlo. Allí vivía un anciano a quien se le consideraba el cuidador de ese lugar. Muchas personas se habían acercado con intenciones de maltratar la naturaleza, pero siempre el anciano salía al paso para impedir cualquier actividad que pueda destruirla.

Un día, el defensor se enfermó muy grave, entonces, el gran árbol del bosque convocó a una reunión a todas las especies para ver qué podían hacer para ayudar al anciano que estaba ya muy achacoso y cansado por el peso de los años.

De entre las especies sale Joaquina, la hormiguita solidaria, pide la palabra y dice: «Tenemos que encontrar a alguien que remplace al anciano, porque a partir de ahora él debe descansar. En eso salió Francisco, un pequeño picaflor, y dijo con voz potente: «Y yo estoy de acuerdo, conozco a alguien que puede ayudarnos, se llama Carlitos, un chico a quien le gusta mucho la naturaleza. Hablaré con sus padres para que él sea, a partir de ahora, nuestro guardián del bosque». Al unísono todos asintieron.

Al día siguiente, muy tempranito, Carlitos ya estaba en el bosque y apareció con un grupo de niños. Se convocó de nuevo a la asamblea de las especies y empezaron a hablar. Francisco el picaflor tomó la palabra para presentar a Carlitos y su grupo. Luego, Marina, una hermosa ave del lugar, que deleitaba con su encantador canto, tomó la palabra y dijo: «¿Por qué muchos chicos?, solo necesitamos uno como el anciano, quien cuidó el lugar por muchos años y lo hizo de manera sabia».

En eso, Carlitos pidió la palabra y dijo: «Gracias por pensar en mí para ser el guardián del bosque. Invité a mis amigos porque amamos el aire fresco, la frondosidad de los árboles, el canto de los pájaros. Queremos ayudar —siguió diciendo Carlitos— porque creemos que este lugar debe ser protegido, así como lo cuidó el anciano».

Carlitos distribuyó las tareas: empezó por Alberto a quien le dijo que cuidara los árboles, Juan con otros dos recibieron la misión de resguardar el arroyo para que nadie lo contamine, y María y Teresa esturán a cargo de los pajaritos, cuidarán de ellos para que no les hagan daño. Todos recibieron sus tareas para cuidar el bosquecillo.

En un lugar más retirado estaba el anciano escuchando todo el desenlace de la reunión, ya al final pidió la palabra y, con voz grave dijo: «Hoy puede morir este servidor en paz. Mi corazón se regocija, porque estos años no pasaron en vano; estos niños continuarán mi tarea, y lo harán mucho mejor». Agradeció a cada una de las especies, a los niños y se marchó silbando con un rostro resplandeciente hacia una chocita que tenía de refugio en medio del bosque.

Aquel día celebraron una gran fiesta, cantaron y danzaron la canción del bosque feliz.

Autor del cuento: Carlos Riquelme.

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