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El jinete, quien se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo, se puso de pie sobre el lomo del animal que pateaba desesperado, hundiéndose cada vez más.
Sin saber cómo salvarse y con el remordimiento de la ingratitud para con su madre, se tiró a la ciénaga en un inútil esfuerzo para salvar su vida.
Pensó que podría nadar hasta llegar a tierra firme. Braceaba y lloraba a la vez pensando en su madre y que lo que había dicho y hecho no tenía perdón.
El amor de las madres, sin embargo, es tan grande que —seguramente habrá sido así— aquella mamá, ya desde el cielo, concedió el perdón a aquel hijo ingrato y, aunque tarde, arrepentido.
Entonces, en lugar de dejar que se muriera tragado por las arenas movedizas, consiguió de los cielos suavizar el castigo que merecía el ingrato.
De las oscuras y barrosas aguas de la ciénaga se elevó un ave de tinte pardo-negruzco, patas flácidas y largo pico encorvado como la nariz del bailarín.
—¡Karãu! ¡Karãu! ¡Karãu! —se lamentaba el ave al levantar vuelo.
La gente asegura que el karãu es el personaje de esta historia, que fue condenado a ser un ave oscura cuyo grito quejumbroso recuerda al irresponsable fiestero.
Sollozando en los esteros lamenta haber antepuesto su pasión bailarina, bebedora y fiestera al amor de su madre.
Por eso —dice la gente— siempre se escucha el lamento del karãu en las márgenes de las ciénagas, tembladeras y lagunas.
Como si el joven de la leyenda se lamentara para siempre y sin consuelo por la muerte de su madre.
—Hay tiempo para llorar —había dicho.
Y así es como lo sigue haciendo a través de todos los tiempos.
Es una historia medio triste, ¿verdad?
Pero nos hace pensar que todo el cariño y las atenciones que podamos tener con nuestras mamás serán siempre apenas una retribución al amor que ellas nos ofrecen.
Y… ya se sabe: amor, con amor se paga.
Sobre el libro
Título: Karãu
Adaptación: Raúl Silva Alonso
Editorial: El Lector