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El primer sinónimo que se encuentra en el diccionario donde se habla de la honestidad es la decencia, que significa fundamentalmente aseo de una persona, recato, buenas costumbres, dignidad, decoro, pudor, modestia, limpieza, honradez, integridad, moralidad, lealtad y, sobre todo, coherencia.
Ser honesto/a equivale a ser correcto, limpio, íntegro, libre y, sobre todo, justo.
Si como educadores cultivamos con dedicación, cuidado y total convencimiento el valor de la honestidad, todo lo demás se nos vendrá por añadidura.
Solemos escuchar a menudo exclamar a la gente que nos rodea diciendo: "¡Qué bella persona es!", refiriéndose a alguien.
Y en ese momento, allá en el fondo de nuestra alma, sentimos hacia ese alguien una sana envidia. Quisiéramos también, silenciosamente, que cuando nos ausentamos, sigilosamente, o nos despedimos de una reunión, los amigos, conocidos o, aun, extraños que quedan todavía, hagan algún comentario igual o aunque sea parecido hacia nuestra persona.
Y la magia con ellos se logra es siendo honesto u honesta. Porque la persona honrada, íntegra, decente y justa irradia mensajes de paz, de concordia y de humanidad a su alrededor y arranca, sin esfuerzos, aprecios espontáneos, sentimientos bellos que se reflejan con facilidad en el exterior de cada uno.
La honestidad se dibuja con caracteres indelebles en las facciones de la persona que la cultiva, que la hace suya, que la convierte en Norte y guía de su accionar en la vida.
He aquí, entonces, la condición básica, la herramienta insustituible para vivenciar la pedagogía testimonial como nos enseñó hace muchos siglos Aquel que inauguró esa pedagogía. Aquel que hizo de la honestidad el Norte y guía de su doctrina salvadora y nos inculcó con el ejemplo, hasta costarle su preciosa vida, como y hasta donde un MAESTRO debe ser coherente.
Qué bueno sería si todos los educadores y educadoras del Paraguay nos decidiéramos a vivenciar desde hoy la honestidad junto con nuestros niños, niñas y jóvenes. ¡Hagámoslo con lo que tenemos, donde podemos y lo que sabemos hacer!: es decir ¡en nuestras propias aulas!
Por ejemplo, escribiendo bien grande y con letras de molde (¡como lo sabemos hacer bien!) en nuestra pizarra con tizas blancas o de color, tiras de papel color, o recortes de diarios, la palabra HONESTIDAD. Dibujemos debajo de esa palabra un árbol esquelético y cada día tomemos como un deber y un desafío permanente, entre todos, ir llenándolo de hojas, flores, y frutos.
Establezcamos escalas de valores a nuestras acciones: por ejemplo, las acciones sencillas de honestidad como hablar, aconsejar, advertir el error, hablar bien de los demás, etc., serán las hojas: las acciones más altruistas, más sonoras, más ejemplares de honestidad, como serían, por ejemplo: devolver algo encontrado y perteneciente a algún compañero, asumir humilde y valientemente un error cometido o daño hecho por accidente a algún bien del colegio o la escuela, compartir sin egoísmo lecciones o materiales tecnológicos más sofisticados, etc., se convertirían en las flores.
Y completaríamos nuestro hermoso árbol hacia fines de año, con abundantes frutos que serían los resultados de todas aquellas buenas acciones con las que fuimos vistiéndolo durante estos meses.
Y así tendríamos un árbol llamado HONESTIDAD, pleno de decencia, de integridad, de lealtad, de rectitud, de honradez, de justicia, de coherencia y buenas costumbres.
Será, necesariamente, el árbol más bello que recordaremos durante toda nuestra vida y que lo desearemos tener en nuestro hogar, en nuestro barrio, en nuestra compañía, en nuestra ciudad o pueblo y sobre todo
en NUESTRO PARAGUAY.