Galería de creadores paraguayos

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Helio Vera, en su corta existencia, gracias a su talento y esfuerzo ganó uno de los lugares más elevados entre los mayores escritores de nuestro país. Polifacético, cultivó el periodismo de opinión, el ensayo y el cuento con igual excelente nivel. Póstumamente, se dio a conocer su única novela La casa blanca. Hoy leeremos una parte de su cuento La consigna, extraído del libro Angola y otros cuentos. Luego escribiremos al respecto.

 

Un cuento de Helio Vera

La consigna

(Fragmentos)

Cómo no iba a reconocer este lugar. Quién mejor que yo, Regalado Montiel, el mejor y más mentado mariscador del Piripukú. Baqueano de alto precio, que no se arregla con cinco reales ni con provistas de poca monta. Veterano del 70, desde Corrientes en adelante, lo que no es poco decir. Sargento mayor que fui del ejército del Mariscal; oficial de la Escolta, hombre de su confianza total, sombra infalible de sus pasos.

El lugar, así mismo. Igualito que cuando lo dejé hace treinta años. A espaldas del pirizal, amenos de media legua de camino firme. Bajeando una lomada. Como entonces, todo idéntico: el aire podrido que viene del agua estancada con cada golpe de viento; el enjambre de mariposas; la poca luz amarilla que dejan pasar las ramas; el monte tupido, que hay que abrir a golpes de machete.

Aquí están las marcas que dejamos entonces, en 1870, cuando vinimos a esconder el tesoro de la patria, por orden del Karai Guasu; para que no lo agarren los kamba o no se lo repartan los traidores de la Legión. Veo las viejas cicatrices en la corteza de los árboles. Todavía apuntan, como una flecha, hacia el yvyraromi, grande como una catedral, que se recuesta sobre el barranco.

Las marcas están más altas, ahora ennegrecidas. Casi sobre mi cabeza. Mucha más arriba que cuando las hicimos, a machetazos, con los payaguá que me acompañaron aquella vez. Los árboles crecen, señor, como la gente. Cada uno busca un espacio más arriba de los demás para orearse al sol más tibio.

Yo mismo encontré este lugar. El arroyo se agranda y forma este remanso, de agua negra y profunda. Ahora lo cubren demasiados camalotes; los habrá traído una creciente, quién sabe de dónde. Alguna vez se irán bien lejos, boyando sobre la correntada. El agua bajará hasta su antiguo nivel y la tierra quedará lavada y fresca.

Quién pensaría que todo ese oro está allá abajo, en el fondo del remanso. Revuelto con el lodo, brillando entre las maderas podridas de las cajas, que todavía tendrán grabada la estrella naciente, el escudo de la República.

Tanta riqueza durmiendo; envenenando el agua, encandilando a los peces. Las chafalonías. Los rosarios de palta, de quince misterios. Las joyas. Los anillos carretones. Los aros de muchos ramales. Las onzas de oro. Las libras esterlinas. Las filigranas de los joyeros de Luque. La plata labrada de las iglesias.

Casi ya no se ve la enorme cadena, gruesa y pesada, que se abraza al yvyraromi. Los eslabones envuelven al árbol, se confunden con la madera, se bañan en la savia. Después, confundidos con los helechos, viborean silenciosamente hacia el remanso y se hunden en el agua mansa, hasta enroscarse en los cajones sellados, uno por uno. Como una kuriju. Traerla hasta aquí fue un trabajo de negros, de tantas arrobas que tenía. Apenas pudimos bajarla de la carreta.

El propio Karai Guasu me dio la consigna. Fue la noche que llegamos a orillas de la laguna Kapi’ivary, en las nacientes del Ypané Guasu. Habíamos cruzados dos veces la cordillera y andado sin rumbo por los campos de Jerez. La tropa se caía de flaca, debilitada por el hambre. Cinco mil comenzamos la retirada hacia el Norte y ya no éramos más de quinientos. Es resto se quedó por el camino, para siempre.

Íbamos buscando la boca de la picada del Chirigüelo, que nos conduciría hasta Cerro Corá. El Mariscal creía que estaríamos bien protegidos en ese lugar: una especie de olla de piedra que forma la cordillera, escondida en un lugar inaccesible, de fácil defensa. Faltaban pocas leguas para llegar y estábamos haciendo la última posta. NO había cristianos por aquellos despoblados. Algunos Ka’ygua merodeaban por las cercanías, hacia cerro Sarambi y cerro Guasu. A veces veíamos sus fogones y escuchábamos sus cantos, a lo lejos. Pocas veces se acercaron. Ellos decían que el ombligo del mundo estaba en Yvypyte, a distancia cercana, entre los montes.

Había llovido a cántaros en los últimos días. Todos estábamos muy maltratados, desfallecidos. Aquella noche, la gente descansaba en el barro, como podía, o improvisaba sobrados en las horquetas de los árboles. Solamente los centinelas andaban por el campamento, casi en cueros, abrazados a sus rifles, los ojos vigilantes.

El Mariscal me hizo llamar. Acabábamos de ranchear con tiras del correaje, ablandadas a fuerza de hervir el agua; solo como ilusión, para engañar al estómago. Yo ya maliciaba algo, aunque no todo, de lo que iba a ocurrir. Las carretas que llevaban el tesoro no habían sido descargadas. Esperaban cerquita de la tienda del Karai, rodeadas de un cordón de centinelas.

Hicimos el inventario de su contenido, pieza por pieza, a la luz de un lampíu. El viejo vicepresidente Sánchez hizo de escribano. Me dieron todo el caudal, bajo recibo, con orden de ponerlo a salvo, en lugar seguro y secreto. Firmé sin dudar. Recuerdo la fecha —29 de enero de 1870— y el cuchicheo de Sánchez cuando repasaba el contenido del cargamento. Se apoyaba en un bastón para no caerse de sueño y de debilidad.

(Continuará)

(Helio Vera. Angola y otros cuentos. 2ª edición. Arandurã. 1994)

Después de la lectura

* Busca el significado de los vocablos que te resultan desconocidos.

* Haz un esquema de las cualidades del yo protagonista.

* Ubica la acción del cuento en el tiempo y el espacio (dónde y cuándo sucede).

* El narrador personaje se dirige a alguien en especial; intenta deducir a quién.

* El trato Karai Guasu que usa con reverencia el narrador está aplicado al mariscal López. Anota a qué otro personaje histórico se lo nombraba de esa forma respetuosa y solemne.

* En una línea, escribe qué tema te parece que desarrolla este relato de Helio Vera.

II – Escribir

• Anota los resultados de una miniencuesta entre gente de tu entorno sobre la existencia del plata yvyguy.

• Escribe tus propias impresiones sobre la posibilidad de que aún haya tales tesoros en ciertos lugares del territorio del país.

• Imagina que hallas un tesoro en el patio de tu casa. Crea un antes y un después del hallazgo. Condimenta tu relato con ingredientes fantásticos.

• Escribe todas las ideas que te "lluevan"; no importa que parezcan imposibles o fuera del sentido común. Deja fluir las imágenes como si soñaras, pero sin dormir, es decir, sueña despierto y escribe.

• Finalmente, dale forma a tu cuento, que será, quizás, tu primer relato sobre plata yvyguy. ¡Congratulaciones!

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