Estrella de la mañana (1)

Empezamos el año con una entretenida historia acerca de dos hermanos. ¡A disfrutarla!

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Cuando murió el rey de cierto lejano país, dejó toda su fortuna, que era inmensa, a sus dos hijos: el príncipe Mhuley Assum y la princesa Estrella de la Mañana.

Tan caprichoso era el príncipe, y tan dado a las diversiones, que enseguida derrochó no solo su parte, sino también la de su hermana, quedando ambos en la miseria.

—Todos nos han abandonado —suspiró Mhuley Assum, cuando los parientes y amigos que en las épocas de abundancia revoloteaban, zalameros, a su alrededor se alejaron velozmente en cuanto sus bolsillos quedaron vacíos—.He gastado en su compañía nuestros bienes, y ahora se ríen de mí y me desprecian.

—No he de hacerte reproches —le dijo su hermana—, pues considero suficientes los que en estos momentos te dedicas a ti mismo. Solo desearía que esta lección no la olvidaras jamás.

El príncipe lo prometió y suplicó a la princesa:

—No puedo resistir el que todos esos falsos amigos se mofen de nosotros. Alejémonos de ellos, de esta ciudad, y huyamos donde nadie nos vea: al bosque, a las montañas, donde poder vivir tranquilos.

Estrella de la Mañana quería entrañablemente a su hermano y accedió a seguir su deseo. De modo que una noche abandonaron los dos el palacio donde tan felices fueran en otro tiempo.

Caminaron sin descanso durante toda la noche y la mañana siguiente, hasta que, al fin, muertos de fatiga, resolvieron detenerse a descansar en un valle. Llevaban muchas horas sin probar el agua, mas por mucho que miraron, no descubrieron en aquel lugar fuente alguna. El príncipe, con la lengua como cartón seco, dijo a su hermana:

—Sigamos andando. Si no encontramos enseguida agua, moriremos de sed.

Así, pues, prosiguieron la marcha, y estaba ya anocheciendo cuando descubrieron un pequeño lago de aguas blanquísimas.

—¡El cielo nos protege! —exclamó el príncipe—. He aquí agua fresca que calmará nuestra ardiente sed.

Pero Estrella de la Mañana le tomó de la mano, deteniéndole:

—La prudencia, hermano, nos aconseja esperar el día antes de beber de esa agua —le dijo—. La noche nos impide saber si está llena de fango.

—¡Pero si brilla como la plata! —exclamó Mhuley Assum.

—Los rayos de la luna brillan en todas las lagunas, por sucias que estén.

El príncipe tenía demasiada sed para atender a razones. Su mente, enloquecida casi, era incapaz de controlar a su voluntad.

—¡No puedo resistir más! —gritó—. Lo siento, hermanita, pero beberé. Si no lo hago, moriré de sed.

Y el príncipe bebió en abundancia del agua de aquella laguna, y al punto quedó convertido en un magnífico ciervo.

En ese momento, el manto negro de la noche se extendió silenciosamente sobre la tierra, y el ciervo dijo a la princesa:

—Sube a mi lomo y alcanza las ramas de ese árbol para pasar la noche.

Sobre el texto

 Libro: Mis cuentos de hadas Título: Estrella de la Mañana Editorial: Cuenticolor 

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