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Capítulo 1 LA TABERNA DEL TURCO
(1) No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente. Se llamaba Diego Alatriste y Tenorio, y había luchado como soldado de los tercios viejos en las guerras de Flandes. Cuando lo conocí malvivía en Madrid. (…) (2) El capitán Alatriste, por lo tanto, vivía de su espada. Hasta donde yo alcanzo, lo de capitán era más un apodo que un grado efectivo. El mote venía de antiguo: cuando, desempeñándose de soldado en las guerras del rey, tuvo que cruzar una noche con otros veintinueve compañeros y un capitán de verdad cierto río helado, imagínense, viva España y todo eso, con la espada entre los dientes y en camisa para confundirse con la nieve, a fin de sorprender a un destacamento holandés. (…) Mi padre fue el otro soldado español que regresó aquella noche. Se llamaba Lope Balboa, era guipuzcoano y también un hombre valiente. (3) Dicen que Diego Alatriste y él fueron muy buenos amigos, casi como hermanos; y debe de ser cierto porque después, cuando a mi padre lo mataron de un tiro de arcabuz en un baluarte de Jülich, por eso Diego Velázquez no llegó a sacarlo más tarde en el cuadro de la toma de Breda como a su amigo y tocayo Alatriste, que sí está allí, tras el caballo, le juró ocuparse de mí cuando fuera mozo. Esa es la razón de que, a punto de cumplir los trece años, mi madre metiera una camisa, unos calzones, un rosario y un mendrugo de pan en un hatillo, y me mandara a vivir con el capitán, aprovechando el viaje de un primo suyo que venía a Madrid. Así fue como entré a servir, entre criado y paje, al amigo de mi padre. Una confidencia: dudo mucho que, de haberlo conocido bien, la autora de mis días me hubiera enviado tan alegremente a su servicio. Pero supongo que el título de capitán, aunque fuera apócrifo, le daba un barniz honorable al personaje. Además, mi pobre madre no andaba bien de salud y tenía otras dos hijas que alimentar. (…) (4) Recuerdo que cuando entré a su servicio había transcurrido poco tiempo desde su regreso de Flandes, porque una herida fea que tenía en un costado, recibida en Fleurus, aún estaba fresca y le causaba fuertes dolores; y yo, recién llegado, tímido y asustadizo como un ratón, lo escuchaba por las noches –desde mi jergón–, pasear arriba y abajo por su cuarto, incapaz de conciliar el sueño. Y a veces le oía canturrear en voz baja coplillas entrecortadas por los accesos de dolor, versos de Lope, una maldición o un comentario para sí mismo en voz alta, entre resignado y casi divertido por la situación. Eso era muy propio del capitán: encarar cada uno de sus males y desgracias como una especie de broma inevitable a la que un viejo conocido de perversas intenciones se divirtiera en someterlo de vez en cuando. Quizá esa era la causa de su peculiar sentido del humor áspero, inmutable y desesperado. (…) (5) Me llamo Íñigo. Y mi nombre fue lo primero que pronunció el capitán Alatriste la mañana en que lo soltaron de la vieja cárcel de Corte, donde había pasado tres semanas a expensas del rey por impago de deuda. (…) El capitán salió de la cárcel una de esas mañanas azules y luminosas de Madrid, con un frío que cortaba el aliento. Desde aquel día que —ambos todavía lo ignorábamos— tanto iba a cambiar nuestras vidas, ha pasado mucho tiempo y mucha agua bajo los puentes del Manzanares; pero todavía me parece ver a Diego Alatriste flaco y sin afeitar, parado en el umbral con el portón de madera negra claveteada cerrándose a su espalda. Recuerdo perfectamente su parpadeo ante la claridad cegadora de la calle, con aquel espeso bigote que le ocultaba el labio superior, su delgada silueta envuelta en la capa, y el sombrero de ala ancha bajo cuya sombra entornaba los ojos claros, deslumbrados, que parecieron sonreír al divisarme sentado en un poyete de la plaza. Había algo singular en la mirada del capitán: por una parte era muy clara y muy fría, glauca como el agua de los charcos en las mañanas de invierno. Por otra, podía quebrarse de pronto en una sonrisa cálida y acogedora. (…) (6) La sonrisa que me dirigió aquella mañana, al encontrarme esperándolo, pertenecía a la primera clase: la que le iluminaba los ojos desmintiendo la imperturbable gravedad del rostro y la aspereza que a menudo se esforzaba en dar a sus palabras, aunque estuviese lejos de sentirla en realidad. Miró a un lado y otro de la calle, pareció satisfecho al no encontrar acechando a ningún nuevo acreedor, vino hasta mí, se quitó la capa a pesar del frío y me la arrojó, hecha un gurruño. —Íñigo —dijo—. Hiérvela. Está llena de chinches. La capa apestaba, como él mismo. También su ropa tenía bichos como para merendarse la oreja de un toro; pero todo eso quedó resuelto en menos de una hora más tarde. Alfaguara, 2013.
Capacidades
- Reconoce la función que desempeñan los elementos de cohesión textual: relaciones de referencia a través de pronombres o elementos pronominales y de las terminaciones verbales, la elipsis, la sinonimia textual, presentes en textos leídos.
- Reconoce la secuencia de las acciones.
Actividades
1. Subraya la oración que defina la intención del texto.
a. El texto intenta presentar a Íñigo.
b. El texto presenta a Alatriste y su relación con Íñigo.
c. El texto cuenta la historia de Alatriste.
2. Completa con F o V las afirmaciones siguientes, según párrafos 1 y 2.
( ) Alatriste se ganaba la vida luchando.
( ) Alatriste no era realmente un capitán.
( ) Alatriste fue el único soldado que sobrevivió a la guerra contra los holandeses.
( ) Alatriste era un hombre honesto.
3. Organiza la secuencia de acciones.
( ) Alatriste abandona la cárcel.
( ) Alatriste tira la capa a Íñigo.
( ) Fallece el padre de Íñigo.
( ) Alatriste cruza un río helado en Holanda.
( ) Alatriste regresa de Flandes.
4. Establece las referencias de las palabras destacadas en negrita. (cohesión textual).
a. En el párrafo 3, en la frase: «cuando a mi padre lo mataron» lo se refiere a ________________.
b. En el párrafo 4, en la frase: «Recuerdo que cuando entré a su servicio» se refiere a ___________.
c. En el párrafo 6, en la expresión: «Y me la arrojó», la se refiere a ________________________.
5. Entresaca del texto.
a. Dos recursos cohesivos de sinonimia.
b. Una elipsis