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Elabora un resumen del cuento leído hasta el momento.
Francia iba a continuar su paseo, cuando al escuchar la última palabra se paró en seco y giró en redondo.
El sacristán repitió con firmeza.
—Aquí estoy, señor. Mándeme fusilar inmediatamente.
—Y, ¿por qué te he de hacer fusilar grandísimo zopenco? —le dijo el dictador, irritado.
Pa’i José insistió, animado por su decisión heroica.
—Es inútil hablar más, excelentísimo señor.
Hágame fusilar en este mismísimo momento.
—¿Cómo han permitido la entrada de este loco? Sáquenlo de aquí inmediatamente. Échenlo a patadas —rugió el dictador.
Llevaron a Pa’i José a la cárcel, pero lo trataron bien y lo hicieron examinar por un médico.
Hablando con Mateo Fleitas, su actuario, Francia le decía, unos días después:
—Habrase visto tipo más testarudo. Se le metió en la cabeza que lo tengo que fusilar. Y añadió: —Pero dice el médico Estigarribia que no está loco. Así que algo se trae entre manos. Que lo suelten y no nos demos por enterados de este incidente. Que nadie —¡ni él!— comenten una palabra de esto. Adviértanselo bien: ¡ni una palabra! Y que vuelva a su pueblo, donde lo seguiremos observando.
Pocos días después, Pa’i José atravesaba la plaza de Villarrica, de regreso a su casa, con tal expresión de alivio y satisfacción que provocó las más varias conjeturas.
¿Por qué habría ido el sacristán a entrevistarse con el dictador? ¿Por qué venía tan contento?
No podía decirlo. Eran órdenes del dictador.
Pero ¿por qué las asiduas visitas del gobernador Careaga a su casa?
La verdad es que las hacía siguiendo reservadas instrucciones del gobierno superior. Pero nadie lo sabía.
Así que el prestigio de Pa’ i José aumentó hasta alturas increíbles. Para congraciarse con él, lo llenaban de regalos y su casa se convirtió en el centro predilecto de tertulias locales.
Sobre el libro
Título: El sacristán de Villarrica
Adaptación: Raúl Silva Alonso
Editorial: El Lector