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Ocurrió que, en cierta época de la dictadura, ejercía el cargo de sacristán de la iglesia de Villarrica un vecino al que llamaban Pa’i José.
No era un verdadero sacerdote. Era esa clase de personas que, hasta ahora, se ven crecer a la sombra de los templos, de quienes se dice que tienen olor a cirios, que cumplimentan solo con sacerdotes y obispos, cuchichean con viejitas beatas y casi no salen de las iglesias.
Parece que llevan en sus personas, a cualquier parte, el ambiente de sacristía.
Pero este Pa’i José era querido por todos y respetado por su forma extraordinaria de hacer sonar las campanas, como no había en todo el Paraguay quien pudiera hacerlo tan bellamente.
Sus redobles y repiques eran famosos, y llegó a formar una generación de inimitables campaneros.
En los primeros tiempos de ejercer su cargo, después de la independencia del país, se cosechaban los pesos en abundancia y con facilidad, y así, Pa’i José y su familia vivían holgadamente.
Pero con la asunción del doctor Francia al poder, la paralización del comercio, la persecución a los curas y familias de fuste, los ingresos mermaron de tal manera que Pa’i José y su familia empezaron a pasar graves apuros económicos.
El sacristán parece que echó mano a las recaudaciones para salir adelante, pensando devolver el dinero con futuros ingresos que nunca llegaron.
Como decimos ahora, «metió la mano en la lata». Error fatal. Y eso de fiarse de que más adelante van a mejorar las cosas y se devolverá lo que no es de uno…, mal asunto.
Llega un momento en que no se puede seguir estirando la situación y ahí revientan las cosas.
Es lo que le pasó a Pa’i José. Debía rendir cuentas de su administración al enviado del dictador. Sabía bien lo que le pasó al delegado de Itapúa porque no supo rendir cuentas exactas de la cantidad de clavos que tenía una canoa.
Así pues, ¿qué podía esperar que hiciera el doctor Francia con él, que había tocado lo que no debía, e iba retrasando el momento de declarar el resultado de sus gestiones de recaudación? Que había consumido los fondos públicos y no tenía la menor esperanza de poder devolverlos.
Sobre el libro
Título: El sacristán de Villarrica
Adaptación: Raúl Silva Alonso
Editorial: El Lector