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Delia deseaba fervientemente comprarle un hermoso regalo de Navidad a su esposo Jim. Todo lo que había podido ahorrar con mucho esfuerzo no era suficiente. Y al día siguiente era Navidad. Ella se puso a llorar desconsoladamente.
Delia y Jim vivían en un departamento muy humilde. Antes, cuando su esposo ganaba mejor, podían vivir bien, pero ahora todo se hacía muy difícil.
Delia se miró en el espejo y soltó su hermosa cabellera. El matrimonio poseía dos cosas que lo enorgullecía: una era el reloj de oro que había pertenecido al padre de Jim y antes a su abuelo; la otra era la cabellera de Delia, oscura y brillante, que le llegaba hasta debajo de las rodillas.
Delia salió a la calle y caminó hasta llegar frente a una peluquería y allí vendió su cabello.
Luego encontró el regalo perfecto para Jim: una cadena de reloj, de platino, con un diseño sencillo y elegante, sin adornos innecesarios. Era como él: valioso y sin aspavientos.
A la noche, Delia escuchó los pasos de Jim subiendo la escalera y, por un momento, se puso pálida: «Dios mío, que piense que sigo siendo bonita» —murmuró.
La puerta se abrió, Jim entró, observó a Delia y quedó inmóvil. Su expresión asustó a su mujer. No era de enojo ni de sorpresa, desaprobación, horror o algún otro sentimiento que Delia esperaba. Él simplemente la miraba fijamente, con una expresión extraña.
Delia le explicó que vendió su cabello para comprarle un regalo y seguía siendo la misma, incluso, sin su cabellera.
Después de recuperarse, abrazó a Delia y le dijo que ningún corte de pelo haría que la quisiera menos: luego le pidió que abriera el paquete y así entendería el porqué de su desconcierto.
Al abrir el paquete, ella dio un grito de alegría porque allí estaban las peinetas que tanto quería: hermosas de carey auténtico, con sus bordes adornados con joyas.
Entonces, Delia entregó el regalo a su esposo y le pidió el reloj para ver cómo se veía con la cadena puesta.
—Delia —le dijo—, olvidémonos de nuestros regalos de Navidad por ahora. Son demasiado hermosos para usarlos en este momento. Vendí mi reloj para comprarte las peinetas. Y ahora pon la carne al fuego.
Los Reyes Magos eran sabios, y llevaron regalos al Niño en el pesebre. Ellos fueron los que inventaron los regalos de Navidad. Y estos dos jóvenes sacrificaron su más preciado tesoro para darse mutuamente un regalo de Navidad. Así descubrieron que lo mejor que podían brindarse el uno al otro era el amor que los unía. ¡Ese fue el verdadero regalo de los Reyes Magos!
Sobre el libro
Adaptación: Carlos Solano-López
Título: El regalo de los Reyes Magos
Editorial: Condoretty