Cargando...
Claro que en este caso, el rito se realizó en un corral y las armas estaban junto a un pozo y, en lugar de un rey, fue el posadero quien hizo la comedia de armarle caballero.
Don Quijote partió feliz, imaginándose las grandiosas hazañas que realizaría.
Sancho Panza ya lo acompañó en su segunda salida. Se metieron en tantos enredos como el famoso episodio en el cual voló por los aires, con caballo y todo al atacar a un gigante. Parecían 30 o 40 gigantes que estaban en el campo agitando los brazos.
¡Eran —en realidad— molinos de viento y sus «brazos», las aspas que giraban!
Aunque quedó medio destartalado no se quejó. Porque los caballeros andantes no se quejaban de sus heridas; y, por supuesto, no escarmentó.
Ese mismo día, se metió en un embrollo mayor, al querer liberar a una princesa que llevaban cautiva unos hombres.
No era una princesa, claro. Era una señora que iba de viaje con sus acompañantes.
Loco como una cabra, don Quijote los atacó para rescatar a la «princesa». Todos huyeron, menos uno, que no pudo y tuvo que enfrentar al caballero.
Se defendió de los golpes de don Quijote usando un almohadón que sacó del carruaje en el que iba la señora. De modo que la lucha era comiquísima, con todas esas plumas volando por los aires alrededor de los contendientes.
Don Quijote salió vencedor en el combate. Y perdonó y dejó ir al vencido, a pedido de la «princesa».
Pasaron la noche en otra posada que, para variar, don Quijote creyó que era un castillo. Al día siguiente, cuando ya se iban, el posadero pidió que pagaran la comida, el alojamiento y otros gastos.
Recién entonces, don Quijote se dio cuenta de que eso era una posada y no en un castillo. Sin embargo, se negó a pagar.
El posadero, entonces, reclamó la cuenta a Sancho.
Ante su negativa, unos jóvenes bajaron a Sancho Panza de su borrico, lo pusieron en medio de una manta y empezaron a estirar de sus extremos, una y otra vez.
Cada vez que la estiraban, Sancho volaba por los aires, muerto de miedo. Y después lo dejaron ir.
Un tiempo después, caballero y escudero habían visto en la llanura, levantarse una polvareda que se movía en un sentido, y otra que se movía en sentido contrario.
Eran unos pastores con sus rebaños de ovejas y cabras que, por el polvo que levantaban a su paso, no podían verse el uno al otro.
En su desvarío, don quijote vio los ejércitos de los dos señores inventados por él, que iban al encuentro del otro para entrar en batalla.
¡Ni falta hace decir cómo terminó esta situación: don Quijote, todo magullado por los pastores, furiosos porque les había matado más de siete ovejas que —para él— eran guerreros enemigos!
Siempre lo mismo: terminaba sus hazañas molido a palos.
Sobre el libro
Título: Don Quijote de la Mancha
Adaptación: Raúl Silva Alonso
Editorial: El Lector