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Los manifestantes gritaban estribillos y las mujeres golpeaban con cucharas, cacerolas y ollas para llamar la atención de las autoridades… a quienes las ratas también incomodaban.
En plena sesión del Consejo, salía de pronto una rata del bolsillo del saco o de entre la barba de un Concejal. No obstante, los ciudadanos, esta vez, exigían que se tomaran medidas drásticas.
No sabían cuáles, pero exigían al Alcalde que algo hiciera.
El Alcalde temiendo perder en las próximas elecciones, hizo un intento de solucionar el grave problema: dispuso que todos los empleados municipales quedaran relevados de sus funciones y se formara un ejército raticida que se dedicara solo a matar ratas.
Pero las ratas empezaron a esconderse, primero, y a contraatacar después, formando su propio ejército.
Así cuando sorprendían a uno en solitario, se tiraban contra él, comiéndole toda la ropa, de modo que el empleado municipal quedaba sin ropa en medio de la calle.
Como esto no daba resultado, empezaron de nuevo a aparecer los grafitis y pintatas en las paredes de las calles.
No metan más la pata y acaben con las ratas, se leía en una pared. En otra: Pagamos los impuestos ¿Por qué nos hacen esto?
Esto preocupó seriamente al alcalde, pues cada día faltaba menos tiempo para las elecciones.
Una mañana, salió un pregonero a leer un bando. (En ese tiempo, no había en Hamelín, televisor, radio ni celulares. Ya se dijo que de esto hace mucho tiempo).
El pregonero iba con el papel de su pregón, tocando el tambor y parándose de vez en cuando en las esquinas para leer en voz alta:
«Por orden del señor Alcalde os hago saber que a las tres de esta misma tarde. Después de comer, una asamblea tendrá lugar en la gran plaza de esta ciudad. Así lo ordena la autoridad».
Lo ciudadanos acudieron a la cita.
Apareció el alcalde y, aunque hubo un abucheo casi general de la ciudadanía, se presentó sonriente, daba la mano a los más próximos y besaba a los niños.
Pensó que, como desde que se inventó el dinero, esto era lo que más quería la gente, que por la plata baila el mono. Lo mejor para ofrecer una recompensa a quien terminara con las ratas.
Ofreció una bolsa llena de oro.
La reunión se disolvió con la lentitud del escepticismo, porque ya todos habían probado infinitos métodos para eliminar a las ratas y ninguno había resultado. Pero…
Había que esperar, por ahí, a alguien se le ocurría algo. Y en esos días, bajando de las montañas, apareció un caballero muy moreno, alto y flaco, con una pluma en el sombrero y una flauta bajo el brazo.
El extraño aseguró poder liberar a la ciudad de las ratas y el alcalde le prometió pagarle con la bolsa llena de oro.
Sobre el libro
Título: El flautista de Hamelín
Adaptación: Raúl Silva Alonso
Editorial: El Lector