Las obras del arte egipcio se hallan ligadas a la vida de la sociedad, ya sean monumentos u objetos en función de la actividad religiosa o civil. De los distintos elementos resulta la seductora singularidad de su mundo poético y de sus creaciones artísticas.

Desde los minúsculos objetos de uso común hasta las colosales estatuas de faraones y dioses y los monumentales conjuntos arquitectónicos este arte siempre ha tenido el carácter de realidad instantánea y de fantasía fuera de tiempo.

El valor de la línea, el equilibrio de la composición y la armonía de los volúmenes son los elementos utilizados para alcanzar el resultado de creación. Esto se halla demostrado por numerosas tabillas donde se molía el cosméticos para los ojos, hechas de pizarra.

La zona de Gizeh es toda una necrópolis con sus calles bien trazadas, la esfinge y las pirámides dominan el paisaje. La más famosa de las esfinges es el león acostado que mide 20 metros de ancho y 73 metros de largo.

El faraón instauró un régimen de gobierno donde la personalidad del individuo no tenía valor alguno, cada súbdito debía olvidarse de sí mismo para sentirse parte de un todo a cuya cabeza se hallaba el faraón.

El arte, en consecuencia, no podía expresarse individualmente; debía limitarse a celebrar la grandeza del reino y del faraón y no los sentimientos del artista.

El relieve es el arte menos relacionado con lo sagrado y lo celebrativo, los artistas dan libertad a su fantasía. Inventan variaciones de temas, motivos tradicionales y se abandonan a la observación de la vida cotidiana.

El artista se había apartado de la idea del faraón para fijarse en el hombre común y sus problemas. Algunas imágenes femeninas tienen vestiduras y expresiones de gracia.

Nos hallamos en Tebas, florida capital del Nuevo Imperio. Se alternan en el trono soberanos que unen a la ambición, el coraje, el ingenio y el amor a la cultura y al arte. La escultura, la pintura y las artes menores alcanzan una perfección estilística.