Un día, Pedro encontró una cajita. Intrigado en un banco se sentó y con cuidado la tapita abrió. De la cajita un duende se asomó e inmediatamente al piso saltó.
–¡Hola, mi buen amigo! ¿Qué mundo tan extraño es este?
-Este es mi mundo, ¿y vos de dónde sos?
-Vengo del mundo mágico y busco diversión. Inmediatamente de la plaza huyó.
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Pedro quedó sorprendido y tras el duende corriendo salió.
El duende burlón ponía todos los carteles patas para arriba, los conductores no entendían nada y el lío entre los autos no terminaba nunca. A los semáforos les cambió el color: violeta, azul y naranja; gris, celeste y marrón. La gente nada entendía, todos gritaban, corrían, los autos tocaban bocina. La ciudad era un caos, los autos no sabían qué hacer: continuar, parar, algunos miraban los carteles con curiosidad, otros escapaban gritando sin parar.
En medio del caos apareció Merlín y a Pedro se dirigió:
– ¿Qué es lo que está pasando? ¿Cómo se escapó? –dijo Merlín.
- Encontré la cajita, abrí la tapita y salió el duende – contestó Pedro.
- A ese duende travieso, le voy a enseñar que este es un mundo que no lo puede cambiar –acotó Merlín.
A lo que Pedro contestó: -Solo lo hace por diversión.
Merlín se adelantó y el duendecito muy quietito se quedó. El mago levantó su vara, y las palabras mágicas se pronunciaron. Mágicamente todo volvió a la normalidad.
–Mejor es que aprendas cómo funciona este mundo. Pedro te enseña que las cosas no están por estar, que todo tiene importancia y es por nuestra seguridad.
Merlín se fue y el duende con Pedro a aprender se quedó.
Pedro: -¿Ves esas luces de colores?
Duende: -¡Son para jugar!
Pedro: -¡No! Son para avisarte cuándo podés cruzar. Si cruzás en cualquier momento un accidente podés causar. Cuando el semáforo está verde, tranquilo podés pasar, pero cuando se pone rojo ¡sí o sí hay que esperar!
Duende: -Y frente a ese cartel, que dice “Pare”, ¿tengo que parar y no caminar nunca más?
Pedro: -No, los conductores tienen que parar, mirar hacia ambos lados, y si nadie viene, pueden continuar.
Y siguieron caminando, Pedro hablando y el duende escuchando.
¿Te gustó lo que aprendiste? –preguntó Pedro al duende.
-Claro que me gustó, ahora entiendo cómo viven los humanos. ¡Con tantos autos y tanta gente se tienen que organizar, y para ello reglas tienen que inventar! –dijo el duende.
-¡Así es!, ¡tal cual!, ¡qué bueno que lo aprendiste, para no hacer nada mal! –contestó Pedro.
-Sí... aunque me gustaría volver a mi mundo. Esto es lindo, pero prefiero bajo mis árboles pasear –comentó el duende.
En ese momento, volvió a aparecer Merlín y al duende le preguntó:
–¿Cómo estás mi duendecito? Tanto has aprendido que el castigo quedó cumplido. Ahora... ¿te gustaría regresar a tu hogar? Si querés para allá te puedo llevar.
El duende se levantó, sonriendo le dio las gracias... y de Pedro se despidió. Entonces, Pedro vio asombrado al mago allí parado, abriendo una puerta mágica y secreta hacia el mundo encantado.
Y esta historia de tránsito y magia ya se está terminando. ¡Colorín colorado, este cuento se ha acabado!
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