Cargando...
Pero, cuando nació este hermoso dragón, nadie se enteró en el reino, pues el enorme bebé no se hizo ver hasta que aprendió a volar, pasados los tres años.
Entonces, surcando el cielo, apareció como una gran flecha roja. Y aunque nunca antes un dragón había atacado a nadie, todos le temían a la potente llamarada que salía de su gigantesca boca.
Con el tiempo, los habitantes del reino se tranquilizaron; se dieron cuenta de que Piel Roja, así lo llamaban, era inofensivo.
A los niños les encantaba verlo atravesar el cielo. Muchos hasta creían que protegía el palacio desde lo alto.
Una tarde, mientras el dragón sobrevolaba los jardines, la princesa María paseaba por allí, caminando por el sendero de las flores azules. Cuando Piel Roja divisó a María, se sintió conmovido y descendió para verla mejor. Una hora entera pasaron mirándose a los ojos. Pero el padre de la princesa, que los vio en su ventanal, se asustó tanto, tanto que mandó a su ejército a matar a Piel Roja.
Mas el dragón rojo volaba rápido, muy rápido... Por eso fue imposible que lo alcanzaran.
Desde entonces, cuando lograba escapar de las miradas de los soldados que la custodiaban, la princesa se escondía en un rincón de los bosques, al que nadie iba.
Allí, en completo silencio, la esperaba el dragón. Pasaban horas mirándose...
A los pocos años, la princesa cumplió la edad en que debía casarse. Su padre organizó una gran fiesta y eligió para su adorada hija al caballero más apuesto y rico del reino. La princesa y el caballero se casaron, fueron felices, y tuvieron hijos y nietos.
Una vez, ya viejitos, el esposo de la princesa (que para ese entonces ya era reina) le preguntó a su amada:
-Dime, mi amor, ¿cómo has hecho para hacerme tan feliz a mí y a nuestra familia?
Y María contestó:
-Lo leí todo en los ojos de un gran amigo, que me enseñó a encender el fuego de mi corazón.
María Morales
Entonces, surcando el cielo, apareció como una gran flecha roja. Y aunque nunca antes un dragón había atacado a nadie, todos le temían a la potente llamarada que salía de su gigantesca boca.
Con el tiempo, los habitantes del reino se tranquilizaron; se dieron cuenta de que Piel Roja, así lo llamaban, era inofensivo.
A los niños les encantaba verlo atravesar el cielo. Muchos hasta creían que protegía el palacio desde lo alto.
Una tarde, mientras el dragón sobrevolaba los jardines, la princesa María paseaba por allí, caminando por el sendero de las flores azules. Cuando Piel Roja divisó a María, se sintió conmovido y descendió para verla mejor. Una hora entera pasaron mirándose a los ojos. Pero el padre de la princesa, que los vio en su ventanal, se asustó tanto, tanto que mandó a su ejército a matar a Piel Roja.
Mas el dragón rojo volaba rápido, muy rápido... Por eso fue imposible que lo alcanzaran.
Desde entonces, cuando lograba escapar de las miradas de los soldados que la custodiaban, la princesa se escondía en un rincón de los bosques, al que nadie iba.
Allí, en completo silencio, la esperaba el dragón. Pasaban horas mirándose...
A los pocos años, la princesa cumplió la edad en que debía casarse. Su padre organizó una gran fiesta y eligió para su adorada hija al caballero más apuesto y rico del reino. La princesa y el caballero se casaron, fueron felices, y tuvieron hijos y nietos.
Una vez, ya viejitos, el esposo de la princesa (que para ese entonces ya era reina) le preguntó a su amada:
-Dime, mi amor, ¿cómo has hecho para hacerme tan feliz a mí y a nuestra familia?
Y María contestó:
-Lo leí todo en los ojos de un gran amigo, que me enseñó a encender el fuego de mi corazón.
María Morales