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La educación en valores es un tema que se viene discutiendo cada vez con mayor insistencia, desde hace algún tiempo, debido a varias razones: la crisis de valores en comparación con los de las generaciones anteriores, la rapidez con que se reciben las informaciones y datos a través de los diversos medios de comunicación masiva y tecnológicos —que no todos están preparados para analizar—, y algunas conductas y actitudes de indiferencia, violencia y egoísmo que muestran los estudiantes hacia su entorno inmediato y social evidencian que la familia y la escuela no están trabajando en conjunto para lograrlo.
El hogar
Los padres son los responsables de educar, formar y trasmitir valores, así como enseñar a sus hijos normas de convivencia, tanto en el hogar como en la escuela y en su entorno social.
La escuela
Si la escuela tiene como fin el desarrollo integral del educando, esto implica no solo transmitir conocimientos, sino también la formación en valores, la cual debe integrar todo el proceso educativo, así como los elementos que la componen. Y en este punto es muy importante la transversalidad, pues liga a la educación con su trasfondo ético.
El maestro
Ante este panorama y la potente demanda social, el profesor, hoy más que nunca, es un actor fundamental, pues tiene un compromiso mayor que el de solo transmitir conocimientos. Por lo tanto, él tiene que ser el primer convencido de su vocación, de lo que enseña, por qué y para qué lo hace.
Compromiso
Para enseñar no basta con saber la asignatura; además, el profesor tiene que saber cómo enseñar, pero, fundamentalmente, saber cómo aprende el alumno, pues este es el elemento más importante del proceso educativo. Una de las tareas educativas es que el alumno aprenda a vivir en sociedad. En este marco, la tarea del docente conlleva un compromiso con su labor y, por ende, con la sociedad, ya que la representa, así como a su historia, cultura, conocimiento y sus valores.
Coherencia
Todo esto compromete al maestro no solo a dominar su materia, sino también saber cómo enseñarla, pero, principalmente, en lo que se refiere a su manera de ser. Esto último quiere decir que debe ser coherente con lo que dice y hace. Esta forma de actuar debe ser congruente con sus principios y valores personales, así como con los de la institución. Este compromiso ético con la educación abarca una actuación constante con ciertos principios, pues la percepción del alumno sobre su profesor lo influye considerablemente.
Esto lleva al maestro a asumir un compromiso ético y social que va más allá de la mera transmisión de conocimientos. Solo así, el prestigio social de la tarea docente, tan venida a menos en las últimas décadas, podrá fortalecerse, interiorizando los valores éticos que una educación democrática y justa promueve.
Fuentes
Rodríguez Carrillo, Silvia M. (2011). Formación ética y ciudadana. 7.º grado. Asunción: Vazpi SRL.
Recuperado de: http://www.rieoei.org/.