El ángel guardián de la amapola

Disfrutemos de este bello fragmento del cuento de María Luisa Artecona de Thompson, dedicado a Isabelino Bogarín, lustrabotas. Luego resolvamos los ejercicios planteados en Tarea para la Casa.

/pf/resources/images/abc-placeholder.png?d=2059

Cargando...

Antes de que se inventaran los jardines, las plantas vivían felices en cualquier parte.

Si alguien quería una plaza para poner hamacas y balancines, sencillamente tejía metros de fibras para piola y cerraba una parte del terreno dentro de un cuadrado, un rectángulo, un triángulo, un círculo, y ya estaba. Estas cosas podían hacerse porque todas las plantas tenían sus ángeles guardianes visibles. Y si alguien pedía una plaza, se reunía la Comisión Central de Guardianes Angélicos, gente buenísima que estaba acostumbrada a escribir«sí» sobre una flor del aire y ya podía correr la piolita repasando su lección de geometría.

El cuento empezó un día en que un señor platudo —no contento con tener un patio— quiso tener una plaza triple a orillas de la margen derecha del río Paraguay.

Entonces, junto a una casita de la ribera, se reunieron los ángeles guardianes de los vegetales de la zona, y ya estaban trazados los límites de la plaza, cuando despertó Isabelino Bogarín y, entre dormido y despierto, salió de su pobre casa de madera. La Central de Guardianes tuvo que pedirle permiso para usar la tierra de las plantas de su casa. Isabelino no entendía estas cosas. Le daba lo mismo tener o no tener tierra y vivienda. Estaba acostumbrado a vivir en la calle.

Tranquilamente, también escribió «sí» sobre la flor del aire.

Le gustó la idea de vivir en una casa con plaza privada a orillas del río Paraguay.

Después de escribir el «sí», tomó su cajón de lustre y se perdió por un caminito cuesta arriba. Cuando volvió por la noche ya estaba la plaza y su casita, justo en el lindero.

Mientras tanto, todos los ángeles guardianes buscaron domicilio y se instalaron. No quedaron locales desalquilados y hasta hacía falta una casa para Florecita, el ángel guardián de la amapola silvestre.

Florecita dio vueltas por el campo durante varias horas, sin encontrar sitio. Finalmente, le sorprendió la noche con cara de tormenta, y antes de que cayeran las primeras gotas, un viejo cáliz le ofreció su techo y allí se refugió.

Lo malo es que se le mojaba mucho el vestido y la cesta en la que guardaba los elementos de la naturaleza para embellecer las flores. Comenzó a estornudar. Entonces, una margarita y un hongo se deslizaron por entre las piolas de la plaza. Entraron a la casa de Isabelino. Abrieron la caja de lustre, la barrieron a soplos y allí instalaron a Florecita.

Tiempo después, una mañana de setiembre, Isabelino tomó su cajón, se lo echó al hombro y salió; era primavera, en el viento de la calle el cajón comenzó a florecer y, desde entonces, Isabelino lustra zapatos y, al mismo tiempo, vende a los transeúntes, cientos, tres veces cientos de amapolas y de claveles.

Fuentes

Peldaños de papel, (cuentos y poemas para niños y adolescentes), 2002. Escritoras paraguayas asociadas. Editado con el auspicio del Fondec, QR Producciones Gráficas SRL.

http://www.portalguarani.com/317_maria_luisa_artecona_de_thompson/13235_el_angel_guardian_de_la_amapola_cuento_de_marialuisa_artecona_de_thompson_.html

Enlance copiado
Content ...
Cargando...Cargando ...