El amor viene marchando

Identificarse con los ídolos es parte de una etapa. Pero no es indispensable imitarlos para lograr la aprobación de los demás. Al menos, esto es lo que comprobó el protagonista de esta narración, cuando una personita se interesó por sus cualidades...

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Cuando los árboles reverdecen, las abejas hacen la miel con las flores nuevas y el pájaro canta en la rama, los ratones del campo del hornero se bañan, se perfuman se visten con ropa asoleada y salen a caminar. Si hay luna llena, nadie se priva de dar una vuelta por el patio de tierra, junto al brocal del pozo, donde se baila hasta el amanecer.

Se han lanceado muchos corazones en el campo del Hornero. Y como no hay gato ni perro cazador, los ratoncitos llegan de todas partes, en grupos tan numerosos, que el que los viera diría que se trata de un éxodo. Noche de luna llena fue, justamente, cuando llegó por primera vez al campo del Hornero un ratón de Nueva York. Se llamaba Yony y venía de visita por una semana a la casa de sus tíos del maizal.

Tal vez por su acento extranjero, o por lo lindo que cantaba las canciones de moda, Yony consiguió destrozar tantos corazones adolescentes en una noche como ningún otro en toda la historia.

Al amanecer, el espíritu de las jóvenes se había transformado. Ninguna de ellas volvió a ser como antes. Deshechas en suspiros, hacían cola en la casa del primo de Yony, solo para preguntar por él.

El primo de Yony no tenia la misma suerte con las jóvenes; se llamaba Jorgelino, poseía un par de dientes tan prominentes, que en la cantina

lo habían contratado para destapar botellas. A poco de regresar Yony a Nueva York, a Jorgelino se le ocurrió una idea genial: hacerse pasar por Yony. Para la próxima luna llena, se vestiría como él, se peinaría como él, hablaría como él, caminaría como él, en fin... sería idéntico en todo.

Así podría elegir a la ratona que más le gustara entre las cuatro mil que acudirían a la fiesta, aunque ya estaba elegida de antemano por ser la más hermosa entre las hermosas: la hija del cantinero Tormentita.

¡Ah! Tormentita tenía un candor, una figura, una manera de decir las cosas que a él le gustaban escuchar, que se había enamorado de los pies hasta los dientes.

Los días siguientes volaron entre ensayos y preparativos. Y llegado que fue el último cambio lunar y salió la decidida esfera como una bocha, todos los ratones se amontonaron junto al pozo. Nunca se los había visto tan enfervorizados, nunca tan entusiasmados, nunca en tal cantidad. Nunca tan parecidos a ... ¿Yony?

Caramba... Todos los jóvenes habían decidido parecerse a Yony para tener su éxito. Frente a semejante paredón de realidad, Jorgelino se sentó en el suelo y se dejó estar como un arbusto del paisaje.

No había finalizado la noche, cuando alguien tocó su hombro por detrás y le dijo: ¿Tú no eres el que destapa la botella con los dientes? ¿Cómo lo haces? ¡Me fascina! No lo puedo creer... ¡Qué dientes!

Jorgelino se volvió en su lugar. Era Tormentita la que hablaba. Ahí estaba ella con sus ojos de almendra verde que se lo comían.
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