Dos fábulas para leer y disfrutar

LAS DOS RANAS Era el verano más seco de los últimos cincuenta años. Ríos, arroyos y charcos veían su cauce agrietado y torturado por el sol. Ni gota de agua en kilómetros a la redonda. ¿Cuánto duraría esto? Nadie podía decirlo.

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Las dos ranas amigas iban de un lugar a otro en busca del líquido elemento, pero sus pesquisas eran inútiles. Tenían la piel rugosa y cuarteada. Si no encontraban pronto un charco de agua, morirían sin remedio.

Por suerte, encontraron un pozo muy profundo y sombrío. En él tenían asegurada la subsistencia por algún tiempo. No faltaban, sin embargo, inconvenientes. Sería muy difícil salir del pozo, en caso de que este se secase. Sus paredes eran rectas, sin resaltes, como su brocal.

-Lo primero es lo primero- decía una de ellas-. Preocupémonos ahora de saciar nuestra sed y ya pensaremos después en cómo salir de este pozo.

- Espera un momento -respondió su compañera-. Este pozo no tardará en secarse y, si nos zambullimos en sus aguas, jamás podremos salir de él. Moriremos con toda seguridad. Opino que no debemos dejarnos deslumbrar por las apariencias. Hay que tener visión de futuro.

Por fortuna, se impuso el criterio de esta última.

Antes de hacer algo, se deben pesar los pros y los contras, ya que las consecuencias pueden ser terribles.

LA CABRA Y LA MULA

En un corral vivían una cabra y una mula. La primera sentía envidia de la segunda, por estar mejor atendida que ella. Se propuso librarse de ella, al menos por algún tiempo. Con tal motivo, le dijo:

- Amiga mula, tu vida es un tormento. Te pasas trabajando las veinticuatro horas del día. ¿Qué ganas con ello? Apenas sucia. Yo, en tu lugar, fingiría hallarme enferma, para que el amo me metiese en el foso. Allí podrás reposar durante una buena temporada.

La mula, ingenua y bondadosa, se dejó convencer por la cabra. Fingió una indisposición y su amo la metió en el foso preparado para la recuperación de sus animales enfermos. Entretanto, la cabra se quedó sola.

La región estaba asolada por lobos hambrientos. Uno de ellos acostumbraba merodear por el corral que ilustra nuestro relato. Siempre había visto juntas a la cabra y a la mula, por ello, nunca se había atrevido a atacarlas; en esta ocasión, sin embargo, encontró a la cabra sola y aprovechó bien su oportunidad. Se la comió en menos que canta un gallo.

De este modo, la cabra pagó muy cara su envidia.
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