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El primer día de clases
El primer día de clase que Agustina se enfrentó a sus alumnos de quinto grado, les dijo que ella trataba a todos los alumnos por igual y que ninguno era su favorito.
En la primera fila sentado estaba Pedrito, un niño antisocial, con una actitud intolerable, siempre andaba sucio y todo despeinado. El año anterior, Agustina había tenido a Pedrito en una de sus clases.
Agustina veía a Pedrito como un niño muy antipático.
A ella le daba mucho gusto poder marcar con lápiz rojo todo el trabajo que Pedrito entregaba.
En la escuela donde Agustina enseñaba, se revisaba el archivo de historia de cada alumno y el de Pedrito fue el último que ella revisó.
Cuando ella empezó a leer el archivo de Pedrito, se encontró con varias sorpresas:
— La maestra de Pedrito de primer grado había escrito: «Pedrito es un niño muy brillante y muy amigable, siempre tiene una sonrisa en sus labios. Él hace su trabajo a tiempo y tiene muy buenos modales. Es un placer tenerlo en mi clase».
— La maestra de segundo grado: «Pedrito es un alumno ejemplar, muy popular con sus compañeros, pero últimamente muestra tristeza porque su madre padece de una enfermedad incurable».
— La maestra de tercer grado: «La muerte de su madre ha sido muy difícil para él. El niño trata de hacer lo mejor que puede, pero sin interés. Tampoco el padre demuestra ningún interés en la educación de Pedro. Si no se toman pasos serios, esto va afectar la vida de Pedro».
— La maestra del cuarto grado: «Pedro no demuestra interés en la clase. Cada día Pedro se cohíbe más. No tiene casi amistades y muchas veces duerme en clase».
Después de leer, Agustina sintió vergüenza por haber juzgado al niño sin saber las razones de su actitud. Se sintió peor cuando todos sus alumnos le entregaron regalos de Navidad envueltos en fino papel con excepción del regalo de Pedrito que estaba en una caja de tienda sin envolver.
Agustina abrió todos los regalos y cuando abrió el de Pedrito, todos los alumnos se reían al ver lo que se encontraba dentro.
En la caja había una botella con un cuarto de perfume y un brazalete al cual le faltaban algunas de las piedras preciosas.
Para suprimir las risas de sus alumnos, ella se puso inmediatamente aquel brazalete y se echó un poco del perfume en cada muñeca. Ese día Pedrito se quedó después de la clase y le dijo a la maestra «Maestra Agustina, hoy usted huele como mi mamá».
Después de haberse ido todos, Agustina se quedó llorando.
Desde ese día, ella cambió su materia. En vez de enseñar lectura, escritura y aritmética, escogió enseñar a los niños.
Agustina empezó a ponerle más atención a Pedrito.
Ella notaba que mientras más ánimos le daba, más entusiasmado reaccionaba él.
Al final del año, el niño se convirtió en el más inteligente de la clase y, a pesar de que Agustina había dicho el primer día de clase que todos los alumnos iban hacer tratados por igual, Pedrito era su preferido.
Pasaron 6 años, Agustina recibió una nota de Pedrito, la cual decía que se había graduado de la preparatoria y que había terminado en tercer lugar.
También le decía que ella era la mejor maestra que él había tenido.
Luego de 4 años volvió a recibir noticias, esta vez, él le escribía que se le había hecho muy difícil pero que muy pronto se graduaría de la universidad con honores y le aseguró a Agustina que todavía ella seguía siendo la mejor maestra que tuvo en su vida.
Después de otros 4 años más, Agustina vuelve a saber de Pedrito.
Esta vez le explicaba que había terminado su maestría y que había decidido seguir su educación, también le recordaba que ella era la mejor maestra que había tenido en su vida.
Esta vez la carta estaba firmada por «Dr. Pedro Altamira».
En la primavera, Agustina volvió a recibir una carta de Pedrito donde le explicaba que había conocido a una muchacha con la cual se iba a casar y quería saber si Agustina podía asistir a la boda y tomar el lugar reservado usualmente para los padres del novio.
También le explicaba que su papá había fallecido varios años atrás.
Agustina aceptó con mucha alegría y, el día de la boda, se puso aquel brazalete sin brillantes que le había regalado y también el perfume que su madre usaba.
Cuando se encontraron, se abrazaron muy fuerte y el Dr. Altamira le dijo en el oído muy bajito: «Maestra Agustina, gracias por haber creído en mí. Gracias por haberme hecho sentir que era importante y que yo podía hacer la diferencia».
Agustina, con lágrimas en los ojos respondió:
— Pedro, tú estás equivocado. Tú fuiste el que me enseñó que yo podía hacer la diferencia. ¡Yo no sabía enseñar hasta que te conocí a ti!
Extraído de: El-primer-día-de-clases, http://www.taringa.net