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Una buena técnica para empezar a escribir consiste en contar de manera imaginativa cómo o por qué las cosas son como son. Por ejemplo, ¿por qué los flamencos tienen las patas rojas? El escritor uruguayo Horacio Quiroga tiene una explicación en este cuento que leeremos hoy como ejemplo.
Las medias de los flamencos
Cierta vez las víboras dieron un gran baile. Invitaron a las ranas y a los sapos, a los flamencos, y a los yacarés y a los peces. Las que estaban hermosísimas eran las víboras. Todas, sin excepción, estaban vestidas con traje de bailarina, del mismo color de cada víbora. Cuando las víboras danzaban y daban vueltas apoyadas en la punta de la cola, todos los invitados aplaudían como locos.
Sólo los flamencos, que entonces tenían las patas blancas, y tienen ahora como antes la nariz muy gruesa y torcida, estaban tristes, porque como tienen muy poca inteligencia, no habían sabido cómo adornarse. Envidiaban el traje de todos, y sobre todo el de las víboras de coral.
Un flamenco dijo entonces:
Yo sé lo que vamos a hacer. Vamos a ponernos medias coloradas, blancas y negras, y las víboras de coral se van a enamorar de nosotros.
Y levantando todos juntos el vuelo, cruzaron el río y fueron a golpear en un almacén del pueblo.
¡Tan-tan! pegaron con las patas.
¿Quién es? respondió el almacenero.
Somos los flamencos. ¿Tiene medias coloradas, blancas y negras?
No, no hay contestó el almacenero. ¿Están locos? En ninguna parte van a encontrar medias así. Los flamencos fueron entonces a otro almacén.
Recorrieron todos los almacenes, y de todas partes los echaban por locos.
Entonces, un tatú se quiso burlar de los flamencos y les dijo, haciéndoles un gran saludo:
¡Buenas noches, señores flamencos! Yo sé lo que ustedes buscan. Mi cuñada, la lechuza, tiene medias así. Pídanselas, y ella les va a dar.
Los flamencos le dieron las gracias, y se fueron volando a la cueva de la lechuza. Y le dijeron:
¡Buenas noches, lechuza! Venimos a pedirte las medias coloradas, blancas y negras.
¡Con mucho gusto! respondió la lechuza. Esperen un segundo, y vuelvo en seguida.
Y al rato volvió con las medias.
Aquí están las medias les dijo la lechuza. No se preocupen de nada, sino de una sola cosa: bailen toda la noche, bailen como ustedes quieran; pero no paren un momento, porque en vez de bailar van entonces a llorar.
Pero los flamencos, como son tan tontos, no comprendían bien qué gran peligro había para ellos en eso. Y muy contentos se fueron volando al baile.
Cuando vieron a los flamencos con sus hermosísimas medias, todos les tuvieron envidia. Las víboras querían bailar con ellos únicamente, y como los flamencos no dejaban un instante de mover las patas, las víboras no podían ver bien de qué estaban hechas aquellas preciosas medias.
Pero poco a poco las comenzaron a desconfiar. Efectivamente, un minuto después, un flamenco, que ya no podía más, tropezó y cayó de costado. En seguida las víboras de coral corrieron con sus farolitos y alumbraron bien las patas del flamenco. Y vieron qué eran aquellas medias, y lanzaron un silbido que se oyó desde la otra orilla del Paraná.
¡No son medias! gritaron las víboras. ¡Sabemos lo que es! ¡Nos han engañado! ¡Los flamencos han matado a nuestras hermanas y se han puesto sus cueros como medias! ¡Las medias que tienen son de víboras de coral!
Al oír esto, los flamencos, llenos de miedo, quisieron volar; pero estaban tan cansados que no pudieron levantar una sola pata. Entonces las víboras de coral se lanzaron sobre ellos, y enroscándose en sus patas les deshicieron a mordiscones las medias. Les arrancaron las medias a pedazos, enfurecidas y les mordían también las patas.
Pero los flamencos no murieron. Corrieron a echarse al agua, sintiendo un grandísimo dolor y sus patas, que eran blancas, estaban entonces coloradas por el veneno de las víboras. Pasaron días y días, y siempre sentían terrible ardor en las patas, y las tenían siempre de color de sangre, porque estaban envenenadas.
Hace de esto muchísimo tiempo. Y ahora todavía están los flamencos casi todo el día con sus patas coloradas metidas en el agua, tratando de calmar el ardor que sienten en ellas.