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Lo primero que aprendemos
Mamá… papá… Todos están pendientes de las primeras palabras que repiten y desean oír los bebés. La familia es la transmisora de ese maravilloso medio de comunicación que es el idioma. Gracias a él se transmiten costumbres, conocimientos y normas, y se expresan los afectos. Por eso, la lengua de nacimiento se llama lengua materna.
Fundamentalmente, la familia es el primer lugar donde aprendemos a convivir con los demás. Intentan que cada nuevo miembro se inserte en la sociedad de la que esa familia se siente parte.
El diálogo parte fundamental de la convivencia
Cuando solo se usa el lenguaje verbal hablamos de diálogo. Y este se da por dos formas extremas: por exceso o por defecto. Ambas, provocan distanciamiento entre padres e hijos. Hay padres que, con la mejor de las intenciones, procuramos crear un clima de diálogo con nuestros hijos e intentamos verbalizar absolutamente todo. Esta actitud fácilmente puede llevarnos a los padres a convertirnos en interrogadores o en sermoneadores, o ambas cosas.
Los hijos acaban por no escuchar o se escapan con evasivas. En estos casos, se confunde el diálogo con el monólogo y la comunicación con la enseñanza. El silencio es un elemento fundamental en el diálogo. Da tiempo al otro a entender lo que se ha dicho y lo que se ha querido decir. Un diálogo es una interacción y, para que sea posible, es necesario que los silencios permitan la intervención de todos los participantes.
Dialogar también es escuchar
Junto con el silencio está la capacidad de escuchar. Hay quien hace sus exposiciones y da sus opiniones, sin escuchar las opiniones de los demás. Cuando eso sucede, el interlocutor se da cuenta de la indiferencia del otro hacia él y acaba por perder la motivación por la conversación. Esta situación es la que con frecuencia se da entre padres e hijos. Los primeros creen que estos últimos no tienen nada que enseñarles y que no pueden cambiar sus opiniones. Escucha poco a sus hijos o si lo hacen es de una manera inquisidora, en una posición impermeable respecto al contenido de los argumentos de los hijos. Esta situación es frecuente con hijos adolescentes. Estamos ante uno de los errores más frecuentes en las relaciones paterno filiales: creer que con un discurso puede hacerse cambiar a una persona.
A través del diálogo, padres e hijos se conocen mejor, conocen sobre todo sus respectivas opiniones y su capacidad de verbalizar sentimientos, pero nunca la información obtenida mediante una conversación será más amplia y trascendente que la adquirida con la convivencia. Por esto, transmite y educa mucho más la convivencia que la verbalización de los valores que se pretenden inculcar. Por otro lado, todo diálogo debe albergar la posibilidad de la réplica. La predisposición a recoger el argumento del otro y admitir que puede no coincidir con el propio es una de las condiciones básicas para que el diálogo sea viable. Si se parte de diferentes planos de autoridad no habrá diálogo.
El grupo escolar
La escuela es un lugar donde debemos aprender a relacionarnos con otras personas. Algunas son nuestros pares o iguales (compañeros y compañeras). También con adultos (educadores), con los que establecemos una relación diferente, ya que ellos dirigen, controlan, acompañan nuestro aprendizaje. También nos transmiten normas: las que son propias del colegio. La función de la escuela es socializar a los niños y jóvenes, transmitir conocimientos y valores que son considerados valiosos para la continuidad de la comunidad. Por supuesto cada comunidad tiene su modelo de educación.
En el transcurso de nuestra vida, vamos conociendo y participando en nuevos grupos: los compañeros de escuela, de deportes, del trabajo, los amigos, los vecinos, y muchos más que amplían nuestros horizontes y valores.