Caminar sobre las aguas

Cierto brahmán había construido su ermita cerca del río. Todos los días llegaba una muchacha sobre una balsa para traerle la leche que los pastores de la otra orilla le enviaban.

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A veces se presentaba más tarde que de costumbre, lo cual disgustaba al brahmán. La muchacha se excusaba diciendo que en ocasiones había que esperar, cuando la balsa se hallaba lejos de la orilla. “¡Qué sandez!”, exclamó el brahmán con desprecio. “Esperar la balsa” y prosiguió indignado: “Hija mía, con el nombre de Dios en el corazón y en los labios, quien sea verdaderamente piadoso puede caminar sobre las aguas infinitas del eterno mar de muertes y resurrecciones innumerables, y llegar a la lejana orilla de la redención. Y, ¿acaso las insípidas aguas de este riachuelo pueden bastar para detener tus pasos?”.

La muchacha, muda y ruborosa, permanecía en pie ante el santo varón; luego, inclinándose, tomó un poco de polvo del suelo que pisaba el brahmán y, piadosamente, llevó hasta su frente.

Al siguiente día llegó puntualmente con la leche, y lo mismo en días sucesivos. El brahmán estaba muy satisfecho de su celo y, finalmente, le preguntó: “¿Cómo es posible que ahora puedas llegar tan pronto?”. Y la muchacha respondió: “Señor, hago lo que me has ordenado: con el nombre de Dios en los labios y en mi corazón, sobre las aguas marcho llena de fe, sin que mis pies se hundan, y por eso no necesito la balsa”.

Admirábase el brahmán del poder milagroso que el nombre de Dios ejercía sobre tan simple criatura y, sin manifestar su sorpresa, dijo: “Bien. Iré contigo para ver cómo caminas sobre las aguas y para atravesar yo mismo el río de ese modo”. Quería admirar con sus propios ojos el milagro obrado por la muchacha. Si una tal jovenzuela pudo hacerlo, ¡cuánto más fácilmente podría realizarlo un santo varón!

Al llegar a la orilla, agitábanse en muda oración los labios de la doncella; y sus ojos parecían fijos en la lejanía; sin pausa susurraba el nombre de Dios y, ligera como pluma, flotaba sobre las aguas. El rumoroso torrente corría rápido bajo sus pies sin salpicarlos, y sus plantas movíanse sin tocar la superficie.

Hallábase asombrado el brahmán, pero luego cogió su manto y, susurrando el nombre de Dios, se dispuso a caminar sobre el agua. Mas no logró permanecer al lado de la doncella que, en suave y continuo vuelo, como golondrina, se alejó del brahmán, el cual de hallaba en peligro de hundirse. Y entonces ella, al verlo así, riose alegremente y, mientras se alejaba a través de las sonoras aguas, le dijo: “No me maravilla que te hundas, señor. ¿Cómo el nombre de Dios podría hacer que caminases sobre las aguas, si a la vez que lo invocas, recoges tu manto temeroso de mojar sus puntas?”.

(Cuento indio)

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