(Haydée Carmagnola de Aquino)
Se internó en la espesura de la selva. Nada lo atemorizaba, y sin embargo contaba sólo catorce años. Iba con un grupo de amigos a quienes había convencido para que lo acompañaran.
Caminaron muchas leguas. Y en el corazón de la selva, a instancias de este adolescente, todos se pusieron a orar e hicieron penitencia.
Transcurrió el tiempo. Ocho años más tarde, en 1598, Roque González de Santa Cruz fue ordenado sacerdote en Asunción, su ciudad natal.
Desde ese momento comenzó, por propia voluntad, la tarea a la que dedicaría su vida: evangelizar a los indígenas.
Remontó ríos, se internó en las zonas más inhóspitas y, en la mayoría de ellas, su paso señaló el primer encuentro del indio con el cristiano.
Al son de los tambores de alarma Roque González iluminó con la Cruz y el Evangelio vastas regiones de la América aún inexplorada. Ningún obstáculo fue lo suficientemente grande para él. Ni el idioma, pues hablaba también el guaraní.
Recorrió desde el Jejuí hasta el Mbaracayú y adoctrinó a los indios de esa zona. Se enfrentó a los peligros del Chaco Paraguayo en la zona poblada por los guaicurúes y llegó a bautizar al hijo mayor del cacique.
Organizó la población de San Ignacio Guazú. Fundó Encarnación y se lanzó luego a conquistar la nación de los intrépidos charrúas.
En una de sus incursiones por el río Uruguay se encontró con gran cantidad de indios en actitud de guerra. No se atemorizó el conquistador espiritual y los trató con mansedumbre. Con su palabra justa y su mirada llena de paz y amor, Roque González de Santa Cruz los persuadió. Y cuando los indígenas se enteraron de que era el padre Roque quien les hablaba, no ocultaron su emoción y alegría. ¡Tal era la fama del padre evangelizador que ya había llegado hasta esa lejana región!
Siguió fundando pueblos: San Nicolás, Yapeyú, San Francisco Javier... Su santidad iba creciendo a medida que aumentaban sus obras.
Nada lo detenía. Y es así como un grupo dirigido por un hechicero planea darle muerte.
El 15 de noviembre de 1628 el padre Roque cae bajo los terribles golpes del itaisá.
Sus restos fueron tirados a una hoguera que ardió hasta el día siguiente.
El corazón del mártir no se dañó y fue recogido de entre las cenizas. Años más tarde fue llevado a Roma, en donde permaneció hasta 1928.
Lo trasladaron luego a América para conmemorar el tercer centenario de su martirio. Fue depositado en la Iglesia del Salvador de los padres jesuitas, en la capital argentina.
Roque González de Santa Cruz fue beatificado en 1934 por el papa Pío XI, y el 21 de mayo de 1960 su corazón volvió triunfante a su tierra natal. A partir de entonces, hasta nuestros días, Roque González de Santa Cruz alumbra a todos, desde los altares, con fe y amor.
Se internó en la espesura de la selva. Nada lo atemorizaba, y sin embargo contaba sólo catorce años. Iba con un grupo de amigos a quienes había convencido para que lo acompañaran.
Caminaron muchas leguas. Y en el corazón de la selva, a instancias de este adolescente, todos se pusieron a orar e hicieron penitencia.
Transcurrió el tiempo. Ocho años más tarde, en 1598, Roque González de Santa Cruz fue ordenado sacerdote en Asunción, su ciudad natal.
Desde ese momento comenzó, por propia voluntad, la tarea a la que dedicaría su vida: evangelizar a los indígenas.
Remontó ríos, se internó en las zonas más inhóspitas y, en la mayoría de ellas, su paso señaló el primer encuentro del indio con el cristiano.
Al son de los tambores de alarma Roque González iluminó con la Cruz y el Evangelio vastas regiones de la América aún inexplorada. Ningún obstáculo fue lo suficientemente grande para él. Ni el idioma, pues hablaba también el guaraní.
Recorrió desde el Jejuí hasta el Mbaracayú y adoctrinó a los indios de esa zona. Se enfrentó a los peligros del Chaco Paraguayo en la zona poblada por los guaicurúes y llegó a bautizar al hijo mayor del cacique.
Organizó la población de San Ignacio Guazú. Fundó Encarnación y se lanzó luego a conquistar la nación de los intrépidos charrúas.
En una de sus incursiones por el río Uruguay se encontró con gran cantidad de indios en actitud de guerra. No se atemorizó el conquistador espiritual y los trató con mansedumbre. Con su palabra justa y su mirada llena de paz y amor, Roque González de Santa Cruz los persuadió. Y cuando los indígenas se enteraron de que era el padre Roque quien les hablaba, no ocultaron su emoción y alegría. ¡Tal era la fama del padre evangelizador que ya había llegado hasta esa lejana región!
Siguió fundando pueblos: San Nicolás, Yapeyú, San Francisco Javier... Su santidad iba creciendo a medida que aumentaban sus obras.
Nada lo detenía. Y es así como un grupo dirigido por un hechicero planea darle muerte.
El 15 de noviembre de 1628 el padre Roque cae bajo los terribles golpes del itaisá.
Sus restos fueron tirados a una hoguera que ardió hasta el día siguiente.
El corazón del mártir no se dañó y fue recogido de entre las cenizas. Años más tarde fue llevado a Roma, en donde permaneció hasta 1928.
Lo trasladaron luego a América para conmemorar el tercer centenario de su martirio. Fue depositado en la Iglesia del Salvador de los padres jesuitas, en la capital argentina.
Roque González de Santa Cruz fue beatificado en 1934 por el papa Pío XI, y el 21 de mayo de 1960 su corazón volvió triunfante a su tierra natal. A partir de entonces, hasta nuestros días, Roque González de Santa Cruz alumbra a todos, desde los altares, con fe y amor.