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Como todos sabemos, el Día del Padre se recuerda en distintas fechas en el mundo. Dedicada a honrar la paternidad y su influencia en la vida familiar, se celebra desde 1909 por iniciativa de una mujer de los Estados Unidos que pretendió homenajear a su padre por su abnegada dedicación.
Esta iniciativa quedó establecida en 1966 en ese país, y desde allí se difundió a toda Latinoamérica, que desde esa fecha recuerda cada tercer domingo de junio al padre de familia.
Hay que tener en cuenta, sin embargo, que no todos los países lo celebran el mismo día y, en algunos casos, las recordaciones se superponen. En los países de tradición cristiana, como España, Andorra, Italia, Portugal, Bélgica y Bolivia, entre otros se celebra el 19 de marzo, fecha en que también se recuerda a San José.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) también colabora con la dispersión de fechas, puesto que en el 2012, la Asamblea General decidió que el día 1 de junio sea declarado Día Internacional de las Madres y los Padres, pretendiendo de esa manera llamar la atención de la labor de ambos en el ámbito familiar.
En el Paraguay
En nuestro país, en coincidencia con la celebración del Día del Padre, junio es también importante para recordar otro hecho fundamental de nuestra independencia, puesto que el 17 de este mes, pero de 1811, se reunió el primer Congreso Nacional que creó la Junta Superior Gubernativa de cinco miembros: Fulgencio Yegros, Gaspar Rodríguez de Francia, Pedro Juan Caballero, Francisco Bogarín y Fernando de la Mora.
Dicho Congreso tuvo una actuación destacada, ya que, entre otras cuestiones, declaró inhábiles a los españoles para ocupar puestos públicos en beneficio de los naturales del Paraguay, mantuvo la independencia absoluta del Paraguay de las demás provincias del virreinato, y redactó y envió la famosa nota del 20 de julio de 1811, conocida como El grito de independencia, a la Junta de Buenos Aires, reflejando la ineludible intención del país de conservar su Estado independiente.
Entre otros términos, decía dicha nota: «Se engañaría cualquiera, si llegara a imaginar que su intención habría sido entregar al arbitrio ajeno y hacer dependiente su suerte de otra voluntad; en tal caso, nada más habría adelantado ni reportado otro fruto de su sacrificio que el cambiar unas cadenas por otras y mudar de amo».