El ciego que se hacía abofetear (4) (adaptación)

Llegamos a la última parte de este entretenido relato.

El ciego que se hacía abofetear.
El ciego que se hacía abofetear.ABC Color

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Abrió el mercader la vasija, y, tras mirar su contenido, preguntó al derviche:

—¿Te importaría decirme cuáles son las virtudes de esta pomada?

—De mil amores —dijo el derviche—. Veras, si se aplica en el ojo izquierdo, el que la use podrá ver los escondrijos donde se encuentran todos los tesoros de la Tierra. Pero si se la aplica en el ojo derecho, quedará ciego en ambos ojos.

—Hazme, entonces, un favor y extiéndela tú mismo en mi ojo izquierdo, pues sin duda sabrás hacerlo mejor que yo —pidió el mercader.

El derviche hizo lo que le pedía, y al momento el mercader cerró los ojos y comenzó a ver grutas subterráneas, cuevas marinas, troncos de árboles huecos y toda clase de escondrijos, llenos cada uno de ellos de tesoros, alhajas, pedrerías y dineros de todas las formas y colores. ¡Eran todos los tesoros ocultos que hay en el mundo y el lugar exacto donde se encontraban!

Hasta que fatigado y nervioso con la visión de tanta riqueza, el mercader abrió los ojos y volvió a contemplar el lugar en el que se hallaba. Ahora sabía dónde encontrar tesoros y más tesoros, sin embargo, aún no estaba conforme y había algo que le hacía sospechar.

«¿Cómo es posible —pensaba—que la misma pomada produzca efectos tan diferentes según se aplique a uno u otro ojo? ¿No será más bien una broma de este granuja? ¿No será que aplicada en el ojo derecho la pomada tenga la virtud de poner a mi disposición todos los tesoros que le ha enseñado a mi ojo izquierdo?».

Y así fue que, sin dudarlo, le pidió al derviche que extendiera otro poco de pomada sobre su ojo derecho. A lo cual el otro se negó diciendo:

—¡No puedo causarte un mal tan grande después de haberte hecho el bien! ¡No me obligues a hacer algo de lo que te arrepentirías toda tu vida!

Pero el mercader cada vez estaba más convencido de que los obstáculos que el otro ponía no tenían más objeto que impedirle hacerse con todos los tesoros, así que agarró él mismo la vasija, y copiando la técnica del derviche, se extendió una buena porción de pomada alrededor de su ojo derecho.

—¡Tú mismo te has vuelto ciego con tus propias manos! —exclamó el derviche.

Y así fue, pues al momento las tinieblas cayeron sobre los dos ojos del mercader, quien en vano comenzó a gritar y a pedir ayuda. Solo al cabo de bastante tiempo se dio cuenta de que el derviche se había alejado de allí, llevándose los ochenta camellos y la vasija con la pomada.

Por fortuna, una caravana lo recogió sin sentido y medio muerto pocos días después. Pero desde entonces, tras haber tenido en sus manos la mayor de las fortunas, el hombre quedó reducido al estado de mendigo. Y como quiera que en su corazón entró el arrepentimiento por su infinita avaricia, quiso castigarse aún más a sí mismo, y por eso se impuso la penitencia de recibir una bofetada de mano de cada persona que le diera limosna.

—Y esta es mi historia, ¡oh, califa!, pues ya habrás comprendido que el protagonista de mi relato no es otro que este pobre ciego que tienes ante ti.

—Muy grande fue tu codicia, en efecto —dijo el califa Al-Raschid, admirado de la historia que acababa de escuchar—. Pero creo que tu arrepentimiento y tu humildad ya se han redimido. Por esto es mi deseo que en adelante tu vida esté asegurada, y, en consecuencia, ordenaré que cada día te sean entregadas diez monedas para que tu existencia sea desde ahora confortable.

Y así fue como el ciego que se hacía abofetear, que de tal guisa se le conocía en Bagdad, vivió tranquilo y en paz el resto de sus días.

Vocabulario

De tal guisa: de tal manera.

Actividad

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Sobre el libro

Título: Las mil y una noches

Editorial: Grafalco

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