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Su parecido es con el cerebro de los reptiles, animales de sangre fría, y su comportamiento y sus reacciones son similares. Está formado por el hipotálamo, los ganglios basales, el tronco cerebral y el cerebelo. Al nacer, ya está maduro, listo para sobrevivir.
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Sus funciones principales son:
- Asegurar la supervivencia.
- Permitir el mantenimiento físico del cuerpo.
- Transmitir el material genético.
Cuida el territorio, es instintivo, mecánico, duro, resistente y muy ritualista. No tiene emociones y responde automáticamente a situaciones de peligro. Ataca o huye, controla las necesidades básicas, las más viscerales.
Este tipo de respuesta es constante en los seres humanos. Peear, enojarse, luchar o huir para defender los objetos, el territorio, todo lo que se cree propio.
Este cerebro guía los aspectos mecánicos y motores de la sexualidad. Establece jerarquías, respeto al poderoso, y es muy resistente al cambio. Se oculta, huye ante el peligro inminente, ante lo desconocido se siente amenazado. Necesita oxígeno, sentirse seguro y valorado. Los rituales lo tranquilizan.
Es importante que podamos darnos cuenta cuando es el cerebro de reptil que domina nuestro comportamiento, puesto que ello nos da la posibilidad de frenar y modular sus reacciones apropiadamente.
Cuando un ser humano se siente amenazado, cae bajo las redes de su cerebro más animal, más primitivo, más básico: el cerebro reptiliano.
Fuente: Logatt-Grabner y Castro, El gran secreto, ob.cit